Consecuentemente el Institucionalismo en la actualidad contiene diversas influencias, desde la economía institucional "vieja" (u "original"); con su crítica a la corriente tanto principal como otras (marxismo, etc), que se ven reflejadas en economistas tales como Masahiko Aoki, Ha-Joon Chang[6] (Universidad de Cambridge) y que incluye cuatro premios Nobel en economía: Ronald Coase, Douglass North, Elinor Ostrom y Oliver E. Williamson.
Además tuvieron gran influencia del marxismo, de los historicistas alemanes, la psicología y el evolucionismo darwinista.
[11] La relación entre el derecho y la economía ha sido un tema importante desde la publicación de un estudio sobre las fundaciones legales del capitalismo por John R. Commons en 1924.
Instituciones, hábitos, reglas y su evolución son las ideas centrales que constituyen al institucionalismo.
Los cambios en las instituciones son necesariamente el resultado de los incentivos creado ellas mismas, y por lo tanto endógenos.
En concreto, el institucionalismo económico tiene la capacidad de endogenizar las instituciones y el cambio institucional, es decir, la endogeneización permite abordar problemas a largo plazo que la historia económica neoclásica no podía resolver y había excluido de su agenda.
En su opinión, la producción y el avance tecnológico están limitadas tanto por esas prácticas empresariales como por la existencia de monopolios.
Ayres percibe la tecnología como estando siempre un paso más adelante que las instituciones socioculturales.
Para el, las instituciones están identificadas con los sentimientos y la superstición y, en consecuencia, sólo juegan una especie de papel residual, restrictivo, en su teoría del desarrollo, en la cual el centro principal es la tecnología.
Su fuerza (del argumento) sólo existe en proporción directa al número de personas que tienen tal riqueza.
Central a esa contribución es la percepción que en una época de grandes empresas, no es realista pensar en mercados del tipo clásico.
[16] En su El Nuevo Estado Industrial Galbraith sostiene que las decisiones económicas son planificados por una “burocracia privada” (la tecnoestructura) de expertos que manipulan los canales de comercialización y relaciones públicas ( Véase Propaganda como ingeniería social ).
Debido a que estos nuevos planificadores requieren mercados constantes y economías estables, las empresas evitan o incluso detestan riesgo.
En Economics and the Public Purpose (1973), Galbraith aboga por un "nuevo socialismo" como la solución, nacionalizando la producción militar y los servicios públicos, tales como salud, la introducción de salario disciplinado y controles de precios para reducir la desigualdad.