El canon de belleza en el Renacimiento está sujeto por dos pilares fundamentales: la armonía y la proporción.
Más tarde, en literatura, surgió la imagen de la donna angelicata que simboliza a la mujer pura, alegoría de perfección espiritual, virtuosa, honesta y discreta que, al mismo tiempo, reunía ciertos rasgos físicos (piel clara, cabello rubio y largo, labios rojos, etc.).
La mujer se ve como símbolo de la perfección, accesible a través del amor; no obstante harto difícil de conseguir: es entonces cuando la mujer se ve como algo casi divino, inalcanzable.
De esta forma se crea una relación desigual entre el poeta (vasallo) y la donna (señora).
Tanto se somete el poeta a su amada que le parece un hecho increíble recibir cualquier señal de ella.