Después de haber pasado por el intestino grueso y el delgado, el quimo ya es materia fecal, por lo que va a almacenarse en el colon para luego desecharse.
Al momento de defecar, el esfínter externo se relaja voluntariamente y el músculo elevador del ano se relaja dando lugar a un cambio de 90° a 155° entre el recto y ano.
Si conscientemente se reprime el reflejo de la defecación, las señales del parasimpático cesan, y no se repiten hasta que vuelvan a producirse más movimientos en masa, especialmente después de las comidas.
Nick Lane, en su libro Oxygen,[1] cita un inteligente artículo publicado en Nature en 1995 por Graham Logan et al., en el que se expone que el aumento del tamaño medio de las masas orgánicas provocada por la aparición de la defecación pudo ocasionar un enterramiento masivo de materia orgánica en los sedimentos, al hundirse más rápidamente en el mar, su posterior retirada del ciclo del carbono y como consecuencia, una acumulación sin precedentes del oxígeno en la atmósfera, que según esta teoría no provendría exclusivamente de la fotosíntesis.
Los resultados demuestran que este aumento no impidió la incidencia de diarrea en los beneficiarios, ni redujo las enfermedades.