[a][2] El relato histórico viene presentado por el extraño personaje narrador de los cuatro último episodios dictados por un Galdós casi ciego,[3] (Tito Liviano, retratado por Pedro Ortiz-Armengol como «el enano cuyos amores se disputan unas cuantas mujeres de tercera y cuarta categoría, (...) poetisas cutres, celestinas; la supuesta hija de una cura, llamada Floriana que hace papel de dama misteriosa...»).
[4] Tito, víctima de espasmos neuroimaginarios que el personaje describe como «traqueteo nervioso y epiléptico» víctima del «riesgo desencadenante»;[4] un Tito/Galdós que, aun en medio del caos histórico y la decepción, ya avisaba en el episodio anterior de su generosa vida de amante:[5]
La vida personal del escritor, los mundos literarios de los personajes del «ciclo mitológico» de las Novelas españolas contemporáneas,[3][6] la incertidumbre histórica y el sometimiento desvalido de la ceguera, componen la trama esencial de un Galdós viejo pero aún activo, que «con su experiencia, encuentra el significado de la Historia»,[7] y que ha dejado definitivamente atrás al Galdós joven que «iba a la Historia en busca de la experiencia».
[7] Y en su postrero manifiesto, hace que Tito, el personaje esperpéntico que le verbaliza,[6] deambule mezclando sueño, visión y realidad, por una sucesión de lupanares de Madrid, Cartagena, Cuenca y ‘Carquilandia’,[8] para, como escribe Joaquín Casalduero, «mostrar su desprecio por la sociedad beata, mojigata e hipócrita de los últimos Alfonsos; esa sociedad estúpida, ñoña e inmoral, que todo podía aceptarlo menos el escándalo, incapaz como era de escandalizarse de sí misma.
A pesar del título del episodio, la acción histórica narrada no llega hasta Sagunto, donde tendrá lugar la restauración monárquica, como avisa el escritor en el último capítulo de esta novela.