En 1579 Pérez cayó en desgracia y, después de haber sido condenado a pagar una fuerte multa, tuvo que vender el cuadro, atrayendo el interés del conde Khevenhiller, intermediario de Rodolfo II.
El formato estrecho y alto de la tabla enmarca a la perfección el cuerpo escultórico de Cupido, que aparenta quizás diez u once años, con la piel perfectamente lisa.
Los cabellos rizados y rubios están recogidos por una cadenilla dorada, recordando un peinado puramente femenino.
Él le sujeta una muñeca mientras la agarra del otro brazo, abrazándola contra sí, en un gesto que Vasari leyó, como «uno toma el brazo del otro y riendo quiere que toque a Cupido con un dedo, y este, que no quiere tocarlo, llora mostrando tener miedo de quemarse en el fuego del amor».
Los dos niños representan quizás las insidias del amor no correspondido que Cupido, fabricando su arma, pronto remediará.