En este marco se sitúa la batalla de Simancas (939), un enfrentamiento decisivo entre las tropas cristianas, comandadas por Ramiro II, y el ejército andalusí.
La victoria cristiana no solo permitió consolidar la frontera más allá del río Duero, sino que también tuvo una profunda carga simbólica, al considerarse una señal del respaldo divino a la causa cristiana frente al poder islámico de al-Ándalus.
La monarquía asturleonesa recupera sin complejos la parafernalia asociada al poder real e imperial desarrollada por los reyes visigodos, de marcada influencia bizantina.
Esto puede hacernos suponer que fue concebida, dada su simplicidad original, para uso procesional y como insignia real y emblema de batalla más que eclesiástico; al modo del vexillum cruciforme bizantino.
La cruz de Peñalba es considerada la más antigua pieza del culto a Santiago del arte mozárabe; culto y patronazgo, este, que los reyes asturleoneses fomentaron, asociándolo a la dignidad real y al éxito militar de sus campañas contra el califato de Córdoba.