El primer convento se levantó en parte del emplazamiento que hoy contemplamos, un pequeño edificio monástico sito en la calle Santa Cecilia.
En este inmueble profesaría la religiosa y mística agustina Juana de la Encarnación.
Fue en este siglo (el siglo de oro murciano) cuando el convento se hizo con gran parte del patrimonio escultórico, pictórico y retablístico que dispone en la actualidad.
El doctor Javier Paulino, preso allí, afirmó: «Sólo disponíamos de aspirinas y bicarbonato».
En lo referente al templo conventual, destaca exteriormente la fachada principal, que está estructurada en dos cuerpos, en sentido horizontal, y tres calles o ejes en sentido vertical, en donde el correspondiente a la nave central es más ancho que los dos laterales.
La iglesia conserva en el interior su traza barroca original del siglo XVIII.
Tiene planta de cruz latina, con coro alto a los pies, nave dividida en tres tramos, capillas laterales intercomunicadas, amplio crucero cubierto por cúpula sobre tambor (cuyo exterior presenta forma octogonal con huecos alternos ciegos y acristalados recubierta con la típica teja vidriada) y presbiterio rectangular con bello retablo.
Sobre las naves laterales se dispone la clausura con tribunas, comunicada con el coro alto.
[6] De tamaño mayor al natural, se representa con indumentaria episcopal.
Eleva su mano derecha en la que sostiene una pluma, pisando al mismo tiempo a los herejes colocados diagonalmente en la peana.