Condado de Noreña

Tras la confiscación del título y señorío a Alfonso Enríquez por sus continuas revueltas, el señorío pasó al obispo de Oviedo, Gutierre de Toledo y sus sucesores, quienes siguieron titulándose condes de Noreña hasta mediados del siglo XX.Rodrigo Álvarez de las Asturias, que ostentaba el título por nacimiento, lo cedió en herencia a su ahijado Enrique II de Trastámara, que a su vez se lo concedió a su hijo bastardo Alfonso Enríquez, quien lo utilizaría como centro para sus repetidas rebeliones contra su hermanastro Juan I.Una vez derrotado Alfonso por el rey Juan I, este le confiscó todas las tierras del condado.Esta acción del rey Juan I se recibió en Noreña con gran disgusto, exteriorizando sus vecinos su contrariedad con esta significativa expresión: Con mal va Noreña que, con pendón y caldera, es fecha sierva de Iglesia.[1]​ Ello no obstante, Enrique III el Doliente –sucesor de Juan I– restituyó a su tío Alfonso Enríquez el condado de Noreña y todas sus posesiones, pero una vez más las deslealtades de este hacia el rey hicieron que fuese perseguido y derrotado en 1395.