Aparentemente, César no tenía previsto el conflicto contra los helvecios, pero supo aprovechar la oportunidad.En cierto modo, forma una unidad con el tercero, toda vez que ambos relatan la generalización de la guerra hasta la pacificación aparente.Concluida la campaña contra los belovacos, César envió a Roma un despacho triunfalista y exagerado: la Galia estaba pacificada.César maniobró con presteza, entrevistándose primero con Craso en Rávena e, inmediatamente después, concertando una reunión con ambos y Pompeyo en Luca.César sofocó primero los conatos de sublevación y después marchó contra los dos pueblos, a los que infligió una severísima derrota.Quizá quiso emular a Pompeyo adentrándose en terra incognita, pero la expedición resultó poco gloriosa: dieciocho días merodeando por tierras de los sugambros, saqueando y destruyendo, pero sin entrar en combate con el grueso de las tropas germanas.El libro quinto presenta dos partes contrapuestas: los veintitrés capítulos iniciales están dedicados a la segunda expedición a Britania; los treinta y tres restantes se ocupan de las revueltas en el nordeste de la Galia.En Britania, el plan de César consistía en conquistar la parte más cercana a la Galia (Kent y, posiblemente, Cornualles).Las razones eran variadas: la campaña se había iniciado con mucho retraso, sobre su ejército se había abatido una serie de calamidades y, lo más importante, la estrategia de hostigamiento del jefe enemigo Casivelono acabó por dejarle en una situación comprometida.El levantamiento obedecía a varios factores: las élites locales impuestas por César estaban pasándose al bando enemigo, muchos pueblos sentían amenazada su propia existencia con la agresiva política de César y, en último lugar aunque no menos importante, los druidas se habían decidido a intervenir, quizá en respuesta a la intromisión de César en suelo britano, centro del culto druídico.El plan estaba bien pensado y podía poner en graves aprietos a las legiones, aisladas unas de otras.Para una parte de la sociedad romana, los bárbaros no podían ser asimilados y, por tanto, se desaconsejaba su conquista.La nueva y definitiva revuelta se inició en Cénabo, con la matanza de los comerciantes romanos afincados en la plaza.Al frente de la rebelión, posiblemente organizada por los druidas, se encontraba Vercingétorix, un líder con grandes dotes diplomáticas y militares.Existía una buena estrategia por parte gala, pero fracasó y César se apresuró hacia Agedinco, dando un rodeo por el este que no esperaban sus enemigos.Ya a la ofensiva, el siguiente paso lo dio César en Gergovia y constituyó el primer gran fracaso en suelo galo, aunque su relato apenas lo deje traslucir: todas las culpas recaen en la indisciplina y presunción de sus soldados.Necesitaba demostrar que había actuado en todo momento conforme a la voluntad del Senado.Es lo que hacen los abogados y lo que enseña la retórica: la narratio debe operar según el principio de lo verisimilis, presentando los hechos «tal y como han pasado o tal como han podido pasar».En Roma, la historia no era más que un opus oratorium maxime, en palabras de Cicerón.Argumentan los segundos que César pudo adelantar de manera notable este trabajo gracias a su rica documentación.Así, lo único que habría precisado una redacción de última hora serían las partes literarias.En cuanto al momento de la redacción, si se acepta que esta es única, parece que la fecha más aceptable es el invierno del 52–51 a. C. Según Rambaud, César ha compuesto la obra en Bibracte, poco antes de bajar a la Cisalpina para preparar su regreso: «Hay que imaginarse a César en el largo, gris y frío invierno nórdico, en Bibracte, dictando los Comentarios a sus escribas, inclinados sobre la luz amarillenta de las lámparas de aceite, con voz firme y nerviosa, a medida que se le iban pasando los informes que previamente había hecho ajustar a un modelo, ordenados según su plan de conjunto».Su estilo es simple, elegante, como corresponde a un autor para el que escribir bien era algo natural.Está más interesado en instruir (docere) que en conmover o seducir a los lectores (movere).En general sus preferencias estilísticas se decantan por el aticismo más puro, caracterizado, según Quintiliano, por su concisión, sencillez y elegancia.En busca del purismo, se evitan los arcaísmos, los neologismos, las palabras con connotaciones poéticas, el lenguaje técnico y los términos inusuales.César usa abundantes participios, una innovación que le sirve para ganar en concisión a la hora de expresarse.Por categorías, priman los verbos y los sustantivos: lo que importa es atenerse a lo esencial del mensaje.Los adjetivos, menos frecuentes, se emplean sobre todo para expresar ciertos matices particulares, como la reprobación y la admiración.[1] Los libros también son valiosos por los muchos hechos históricos y geográficos (Gallia est omnis divisa in partes tres...) que se detallan en la obra.