El Mediterráneo oriental otomano también fue escenario de una intensa piratería musulmana y que abarcaba las costas del mar Negro.
Todavía en el siglo XIX, la piratería seguía siendo una "amenaza constante para el tráfico marítimo en el mar Egeo".
La piratería berberisca y árabe en el Mediterráneo se conoce desde el siglo IX con el Emirato de Creta.
No fue sino hasta finales del siglo XIV que los corsarios tunecinos (o de lo que actualmente sería Túnez) se convirtieron en una amenaza lo suficientemente importante como para convocar una coalición franco-genovesa para atacar Mahdia en 1390, también conocida como la cruzada berberisca.
Sin una gran autoridad central y sus leyes, los mismos piratas comenzaron a ganar mucha influencia.
En 1785, cuando Thomas Jefferson y John Adams fueron a Londres para negociar con el embajador de Trípoli, el embajador Sidi Haji Abdrahaman, le preguntaron qué derecho tenía para esclavizar personas de esta manera.
El ataque fue dirigido por un capitán holandés converso al islam, Jan Janszoon van Haarlem, también llamado Murad Reis el Joven.
La derrota que sufrieron frente a las potencias europeas y americanas, condujo al declive de los Estados de la Berbería y a una mejoría en el comercio europeo por el Mediterráneo.
[10] Cabe señalar que los piratas berberiscos no cesaron sus operaciones, por lo cual los británicos se vieron en la necesidad de atacar nuevamente Argel en 1824.
En España y América latina sobrevive la expresión No hay moros en la costa para aludir a que no hay un enemigo cerca en referencia a la inseguridad de las costas levantinas durante el dominio musulmán del Mediterráneo.