Los obispos franceses dudan en aceptar el principio electivo que establece la ley y piden la opinión al papa.
En caso de que no lo hagan perderán sus cargos y sus puestos serán cubiertos mediante elección.
No sucede lo mismo con los obispos que en su mayoría emigran y en sus cartas pastorales condenan a los constitucionales, elegidos en lugar de los titulares, llamándolos "cismáticos e intrusos".
Sin embargo, grupos de refractarios seguirán recorriendo Francia, celebrando misas clandestinas, bautizos y matrimonios e incluso algunos obispos ordenando sacerdotes.
[8] La situación de los refractarios no se regularizará hasta 1801 con la firma del Concordato entre la Iglesia Católica y Napoleón Bonaparte.