De acuerdo a un monje de San Claudio de León, se interesó mucho en la matemática, la astrología y las artes liberales, aunque también pensó proyectar su influencia en la Corte, ya que «en creciendo siempre le ocuparon los reyes».
Estuvo presente, además, en justas y torneos tenidos lugar en Valladolid (1537), Praga (1548) y Milán (1549), siempre acompañando al príncipe Felipe.
A lo largo de sus cinco años en la embajada imperial, Claudio intervino también en otros varios asuntos.
Así, apoyó al cardenal de Augusta para influir ante el rey francés y recuperar la plaza de Metz, se introdujo en la cuestión de Génova y el marqués del Final que amenazaba con causar perjuicios a España en Milán, y pidió al emperador Fernando I —con quien mantenía excelentes relaciones— que le concediese a Felipe II el vicariato de Italia.
Además, escribe constantemente a Felipe II reclamando su presencia en los asuntos de la casa solariega y comunicándole que durante el tiempo de su embajada en el Imperio había acumulado una deuda de «veinticuatro mil scudos».