Con la creciente popularidad de esta tecnología en los últimos tiempos, los festivales especializados en cine digital son hoy comunes por todo el mundo.
Desde finales de los 80 hubo varios proyectos cinematográficos, en cierto sentido experimentales, que usaban tanto cámaras como proyectores digitales, pero ninguno con gran éxito comercial.
Aunque hoy pueda parecer algo tosca (y sin entrar a valorar temas creativos o de guion), la película ha sido ovacionada por ser un hito en la animación por computadora.
En los años 1990, el cine comenzó un proceso de transición, del soporte fílmico a la tecnología digital.
Mientras tanto, en el ámbito del vídeo doméstico, surgió un soporte digital, los DVD aparecen como nuevo estándar.
Hoy en día, Estados Unidos se prepara para equipar todas sus salas con proyectores digitales, y los fabricantes hacen líneas especiales de cámaras digitales para cine profesional, controladores de colorimetría y ediciones para sustituir la película.
Otros directores, como Steven Spielberg se rehúsan a migrar al digital y siguen haciendo sus películas en film, e incluso editando en moviola.
Las posturas van desde los entusiastas que ven en la tecnología digital la panacea y los avances que el lenguaje cinematográfico venía solicitando desde hace mucho tiempo (como el popular George Lucas), hasta los detractores más acérrimos que ven en el digital la pérdida de la esencia de la mirada fílmica (como los directores españoles Víctor Erice o José Luis Guerín).
A finales del siglo pasado, numerosos directores notables declararon haberse “convertido” al cine digital, entre los que se incluyen George Lucas, Robert Rodriguez, David Fincher, David Lynch, Lars von Trier o James Cameron.
Algunos, como James Cameron y George Lucas, incluso declararon públicamente que jamás volverían a rodar con película tradicional.
En el extremo opuesto, directores tales como Steven Spielberg, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Tim Burton, Ridley Scott u Oliver Stone, defienden continuar realizando películas con filme tradicional e incluso opinan que nunca podrá ser superado por la tecnología digital.
Otros directores, como Víctor Erice o José Luis Guerín, especialmente los dedicados a un cine más minoritario, también se sitúan como acérrimos defensores del celuloide y sin embargo ruedan sus últimas películas con cámaras digitales, puesto que no pueden asumir los costes del analógico.
Sin embargo, esto puede resultar más complicado de lo que parece a simple vista.
Habida cuenta de esta cantidad, se entenderá que los realizadores digitales puedan tener dificultades incluso para que los distribuidores vean sus productos y, en cualquier caso, raramente tendrán voz y voto en las negociaciones de la distribución.
Ciertamente pueden crearse nuevos obstáculos a la hora de distribuir el producto final, pero éstos no dependerán tanto de necesidad monetaria dado que distribuir una película en formato digital es, al menos teóricamente, notablemente más barato que producir todas las impresiones finales necesarias en celuloide.
El video digital permite una posproducción mucho más flexible y una infinidad de posibilidades impensables o extremadamente costosas usando técnicas fotoquímicas como el film óptico tradicional.
Por el contrario, cada cámara digital da una única respuesta a la luz y, aunque simplifica el proceso, es muy difícil predecir el resultado sin verlo en un monitor, aumentando la complejidad de la iluminación.