Hasta finales del siglo XIX, existían en España distintas fábricas de tabacos en las ciudades de Sevilla, Cádiz, Alicante y más tarde, Madrid y otras.
Se hacen indispensables en las fábricas y crean una imagen especial de la mujer cigarrera.
Con su trabajo, estas mujeres mantuvieron el nivel de vida del barrio, dando estabilidad y progreso al pequeño comercio.
También lo controlaba: cada una de estas amas tenía un cuaderno donde apuntaba la producción de sus operarias; el cuaderno del ama del rancho era muy importante para el cobro y para los posibles premios.
Aunque por lo general las obreras no corrieron el riesgo de robar, entre otras cosas porque sus mismas compañeras las habrían recriminado, tal era el cuidado que tenían de conservar una buena fama ganada a pulso.
Pero, naturalmente, siempre había excepciones y la fábrica no estaba dispuesta a correr el riesgo, de ahí que se crearan estos puestos fiscales.
En 1834, las cigarreras constituyeron una Hermandad para ocuparse de la asistencia a compañeras que por edad, enfermedad u otras vicisitudes, se encontraran en apuros.
La creación de la Hermandad fue un éxito y algo nunca visto hasta el momento.
Si son lactantes, la madre puede salir del trabajo dos veces durante la jornada y alimentarles.
En otros casos, estaban autorizadas para tener al pequeño en una cuna a su lado, en el propio taller.
Los jefes de esta compañía traen disposiciones nuevas, entre las que está el cese del administrador jefe de la fábrica, Enrique Viglieti, un hombre justo a quien las cigarreras querían y respetaban.
Las cigarreras María la Niña y Victoriana la Muñeca acudieron en representación de sus compañeras.