Sin embargo, ya desde pequeña mostró su interés por la literatura y comenzó a leer, robando horas al sueño, cualquier género u obra que podía conseguir.
Llevó una vida revolucionaria ya que en 1838, en plena guerra civil, Carolina Coronado emprendió con entusiasmo el bordado de una bandera para un batallón creado para defender el trono de Isabel II.
Ya entonces había sido una obra admitida en el Instituto Español y en casi todos los Liceos de España.
Cuatro años más tarde, en 1848, una enfermedad nerviosa la dejó medio paralítica en Cádiz y los médicos le recomiendan tomar aguas cerca de Madrid, por lo que trasladó su residencia a la capital.
Sin embargo, este refugio clandestino, y su afinidad por la revolución, causarían que sufriese la censura de la época.
[8] Al llegar las revoluciones se van a vivir al palacio de la Mitra, en Poço do Bispo, población próxima a Lisboa, a pesar de haber perdido Horacio toda su fortuna que tenía invertida en el tendido del cable submarino de comunicaciones que uniría Estados Unidos con Europa.
Su empeño personal contrasta con la debilitada fortaleza física (tenía catalepsia) que a veces le hace renunciar a su deseo más profundo; dualidad que encaja muy bien con el perfil romántico.
Sin embargo, detrás de esta imagen de mujer débil y delicada se esconde una dilatada existencia con gran fortaleza latente, que le permitió desarrollar una respetable carrera.
Harztenbusch, quien fue un buen consejero y maestro, fue muy receptivo a los trabajos que presentó Carolina.Coronado.
Le dedicaron poesías y gratos juicios, sin perder de vista el tono condescendiente del que a veces hicieron gala.
Este círculo artístico surgió con el interés de fomentar las letras y las Bellas Artes.
En las Constituciones del Liceo no se negaba la participación de las mujeres, es más, podían ser admitidas como facultativas en las diferentes secciones y acudir a las sesiones que organizaba la institución.
La acogida calurosa que le ofrecieron los miembros de este círculo artístico tuvo como consecuencia una improvisada respuesta con un poema titulado “Se va mi sombra, pero yo me quedo.
En estas cartas también Carolina aprovechaba para pedirle consejo a su amigo para completar su formación.
A pesar del reconocimiento y del apoyo que le dedica Juan E. Hartzenbusch, la sociedad no estaba preparada para asimilar el deseo de ciertas mujeres de colarse en ámbitos marcadamente masculinos.
Necesitaban ese apoyo mutuo ya que eran conscientes de estar introduciéndose en un mundo eminentemente masculino.
Coronado se convirtió en el modelo a seguir para muchas de ellas, así Vicenta García Miranda decidió escribir poesía tras leer un poema suyo.
Sin embargo, hasta hace poco no se ha podido conocer la totalidad de su obra.
Es, asimismo, significativo el compromiso de generosidad que muestra Carolina Coronado hacia los más débiles.
Otro de los ensayos que escribió Carolina Coronado es Los genios gemelos: Safo y Santa Teresa cuya publicación tuvo lugar en el Semanario Pintoresco Español.
Esperanza, hermana de Miguel Ángel Buonarotti, conseguirá el amor deseado, después del desafío que lanza su afamado hermano: dos pintores cautivados por la joven, deberán retratarla y el que manifieste mayores dotes conseguirá su triunfo.
Pero mientras Paquita se ambienta en la corte portuguesa renacentista, Adoración tiene un desarrollo temporal más inmediato.
En Paquita, Carolina Coronado urdió una ficción narrativa entre la dama portuguesa Francisca de Ovando, Paquita, y el poeta luso Sá de Miranda, cuya obra conoció Carolina.
La triste historia de Paquita la convierte en una mujer sin voluntad y dominada, cuya vida tiene un final trágico.
En la nota preliminar dedica la obra a sus tíos Francisco y Pedro Romero.
Sobre un entramado histórico en el que sobresalen Juan II y sus hermanos y don Álvaro de Luna, sin una obediencia estricta a la fidelidad, según las propias palabras de la autora, se deslizan los amores incomprendidos entre Román, doncel de Juan II, y su amada, la mora Jarilla.
Carolina Coronado rescata para su novela a Luisa Sigea, humanista del siglo XVI que pasó parte de su vida en la corte portuguesa al servicio de la infanta doña María.
El subtítulo presenta al conde de Magacela, protagonista junto a Ángela, que termina en un convento para redimir su pena por su ruina personal y la causada ala familia por su afición al juego de la ruleta.
Sin embargo, Carolina Coronado, lejos de aceptar tan honroso homenaje, manifestó su más profunda negativa, dirigida al mencionado señor Díaz y Pérez.
En el Semanario Pintoresco Español (1836-1857), colaboraron los escritores más representativos del momento.