Nació en 1918 y se crio entre las barracas del Somorrostro de Barcelona donde vivía con su familia Amaya ("Amalla" en los documentos oficiales).
[3] Al mismo tiempo comenzó a aparecer en algunos teatros que carecían de prestigio alguno.
[5] Aprovechando su estancia en París, el director de cine Benito Perojo se fijó en el Trío Amaya (formado por Carmen, su tía Juana y su prima María) para ambientar “a lo flamenco” unas secuencias de su película La bodega.
[7] En 1931, fue la primera vez que su nombre apareció en letra impresa, trabajando en Barcelona en el escenario de La Taurina gracias al crítico Sebastián Gasch, quien escribió un artículo en el seminario Mirador[3] sobre Carmen muy elogioso, y le reportó reconocimiento general por su talento como bailaora.
Sebastián Gasch, recordando esta actuación escribiría: Ya en aquella época la vio bailar Vicente Escudero, bailarín, bailaor, coreógrafo y pionero en la renovación del flamenco, leyenda del baile español,[9] quien aseguró que Carmen Amaya haría una revolución en el baile flamenco ya que representaba la síntesis de dos grandes estilos: el de la bailaora antigua y el estilo trepidante del bailaor en sus variaciones de pies.
[10] Sus películas son trascendentales, pocas veces se han creado películas en torno a un único personaje como ella y ahí es donde ha quedado para la historia el baile de una mujer que convirtió la danza flamenca en espejo para todas aquellas bailaoras que se han definido como “bailaoras de temperamento”.
A partir de 1933, sus actuaciones y éxitos se suceden, ya conocida como La Capitana.
Apareció brevemente en la película de José Buchs Dos mujeres y un Don Juan[11] y compartió escenarios con las figuras más relevantes del flamenco de esa época: La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Manuel Torres, José Cepero, los Borrull, Pastora Imperio, Niño Ricardo, Ramón Montoya o Sabicas, que se convertiría durante muchos años en su pareja artística a la guitarra.
[13] Por esos momentos las cosas ya les iban bien económicamente, y habían comprado su primer coche.
De allí cruzaron la frontera hasta Portugal y, tras un breve espacio de tiempo en Lisboa, se embarcaron rumbo a Buenos Aires en el buque Monte Pascoal,[14] que tardó quince días en cruzar el Atlántico, haciendo escalas en Brasil y Uruguay.
El triunfo de Carmen Amaya y los suyos superó todas las expectativas.
Fueron para quedarse solo cuatro semanas y, finalmente, vivieron allí durante nueve meses, ya que cada vez que Carmen actuaba el teatro se llenaba y las entradas llegaron incluso a venderse con dos meses de antelación.
El éxito que cosechó en Argentina le permitió presentarse en otros países como Uruguay, México y Cuba.
[10] De estos años son los elogios del director de orquesta Arturo Toscanini declarando: “nunca en mi vida he visto una bailarina con tanto fuego y ritmo y con una personalidad tan maravillosa”, o los de Leopold Stokowski: “¿qué diablo será el que lleva en el cuerpo?”[17] Además, parece ser que durante buena parte de aquellos años en América la bailaora mantuvo una relación sentimental con Sabicas, quien declaró poco antes de su muerte que Carmen y él habían sido novios durante nueve años, y que se habían separado en México.
Estuvo varias veces en Hollywood para rodar algunas películas y las personalidades más destacadas del cine, la música o la cultura quisieron verla bailar.
Intervino en un gran número de películas y grabó para diferentes compañías discográficas.
Por entonces su baile era el flamenco más bravo que había subido al teatro.
Pero no destacaba únicamente por su arte, también por su personalidad fascinante, que conquistaba a todos cuantos conocía, tanto por su baile como por sus imprevisibles comportamientos.
Obtiene un resonante éxito en el Princess Theatre londinense en 1948, y en su siguiente gira por América, recorre Argentina en 1950.
Cuando actuó por última vez en Madrid, Carmen Amaya estaba ya enferma de muerte.
La personalidad de Carmen Amaya ha sido glosada por diversos críticos, flamencólogos y escritores, así como por los poetas, entre ellos Fernando Quiñones, autor del poema Soneto y letras en vivo para Carmen Amaya.
De estos comentarios transcribimos una selección: Vicente Marrero: El flamenco, claramente vinculado a la sociedad gitana española desde finales del siglo XVIII, se había atenido a unos roles de género.
Además el baile a veces era interpretado con pantalón, en lugar de vestido.
Ha sido una bailaora única por su electricidad, por el genio y la rabia de sus figuras”.
Con su forma de bailar, Carmen Amaya demostraba que para ella el flamenco era sentimiento, alma y pasión.