Cuando sus feligreses se dispersaron debido a las persecuciones, el obispo continuó celebrando los sacramentos en santuarios secretos.
Daciano, deslumbrado por la juventud y buen palmito del santo, le prometió que se libraría de la persecución si negaba a Cristo.
También en Agen se conmemoraba la muerte en martirio de Alberta, Primo y Feliciano, aunque con casi toda seguridad estos otros no existieron jamás.
Próxima a la recién nacida fuente se levantó la ermita, en un paraje muy vivificante debido a la abundancia de hierbas curativas, buenas aguas del cielo, plétora de selenita y aire limpio, allí logró serenar y curar su alma gracias a su calmosa fe en Dios y al alejamiento del mundanal ruido que obtuvo.
Dios lo condenó a vagar por el mundo hasta que encontrara un lugar bucólico parecido a la partida donde tuvo lugar su pecado, y en ese sitio levantar un monasterio y de este modo pagar por su nicolaísmo.
El paraje pastoril que fue escogido resultó localizarse en las cercanías de Suellacabras.
Sin embargo no se puede afirmar esto con total rotundidad, pues la imagen del santo de la ermita de Suellacabras, hoy sita en el templo del casco urbano, lo representa vestido con vestidos pontificiales, ropas que no cuadran con San Caprasio, pero que sin embargo son vestimentas que cuadran con otro santo homónimo, San Caprasio de Lerins, que asimismo fue también abad de su cenobio.
No está de más acordarse de que San Caprasio figuraba en itinerarios e incunables como San Cabras, lo que es posible que sea una deficiente castellanización del antropónimo del santo o más bien, un diáfano vínculo con el politeísmo: «un dios pagano al que rinden culto tribus pastoriles de reses caprinas» o incluso con lo demoniaco: A Satán la iconografía nos lo ha representado siempre con pezuñas y cuernos típicamente caprinos.