Un cónsul designado (latín: consul designatus)[1] es un ciudadano de la Antigua Roma elegido o propuesto para el más alto cargo político electo de la República romana, o para un alto cargo del Imperio, pero que por alguna razón no entraron en funciones al principio del año, ya fuera por muerte, desgracia o debido a cambios en la administración imperial.
Aunque todavía no poseía potestas (autoridad) ni imperium (poder ejecutivo) oficiales, el cónsul designado ya gozaba de cierto prestigio y sus palabras eran escuchadas con más atención en el Senado romano.
El que no hubiera tomado posesión de su cargo, en un régimen formal como el romano, hacía que el cónsul designado no tuviera, oficialmente, ningún poder particular.
Cicerón pidió la opinión de Décimo Junio Silano, que era un cónsul designado para el año siguiente (62 a. C.), sobre la importante decisión del castigo a infligir a los seguidores de Catilina.
Especialmente en época imperial se hizo común indicar el nombre del cónsul designado, abreviado con una d.[3]