Con este libro, J. L. Austin continúa los estudios de Émile Benveniste, Karl Bühler, Roman Jakobson, Charles Bally, Bronislaw Malinowski y Ludwig Wittgenstein.
Esta sección pretende resumir de forma exhaustiva las innovaciones introducidas por la serie de doce conferencias que Austin dirigió en Harvard, reunidas bajo el título Cómo hacer cosas con palabras.
Puede también haber sido cumplido de mala fe (por ejemplo, si la persona que se casa dice “Sí, quiero”, cuando no lo quiere), o no haber aparecido en toda su plenitud.
Cuando la acción cumplida por un enunciado performativo llega a buen término, se llama afortunado.
Todas las circunstancias que provocan la no-realización del acto son llamadas “infortunios”.
Llegado a este punto, Austin se da cuenta de que los enunciados constatativos dependen también de circunstancias, y a menudo son las mismas que para los performativos.
Si no hay criterios gramaticales, y tampoco pruebas infalibles que permitan diferenciar sin ninguna duda los performativos de los constatativos, hay que “comenzar de nuevo”,[6] planteando las preguntas fundamentales: “Es menester que reconsideremos de un modo más general los sentidos en que decir algo puede ser hacer algo, o en que al decir algo hacemos algo.”[6] Resuelve sus planteamientos anteriores dividiendo los actos de habla en tres categorías: Austin plantea, como punto de partida, que una enunciación consiste al menos, en un acto fonético – producir determinados sonidos –, un acto fático – enunciar determinados vocablos con una construcción determinada y con una entonación determinada –, y por último un acto rético – emplear esos vocablos en un sentido, con una referencia determinada –.
Esos tres actos permiten decir algo, es lo que Austin bautiza como el acto locutivo.
Así, al contrario de un acto ilocutivo, se llama perlocutivas a las funciones del lenguaje que tienen un efecto indirecto sobre el interlocutor (adular, dar gusto, dar miedo, etc.) pero que no están inscritas explícitamente en el enunciado.
En esta conferencia, subraya la necesidad de distinguir el acto ilocutivo “al decir tal cosa lo estaba previniendo”, del acto perlocutivo “porque dije tal cosa lo convencí, o lo sorprendí o lo contuve”.
Por ello, la distinción se queda confusa, porque puede ser difícil de definir dónde empiezan y acaban las convenciones.
Aunque este test no sea todavía suficiente para distinguir los dos actos, puede ayudar.
En Expression and Meaning: Studies in the Theory of Speech Acts, Searle vuelve a examinar la clasificación de los valores ilocutivos que Austin había presentado en su duodécima conferencia, y establece otra taxonomía en cinco clases de verbos: los representativos (afirmar, concluir, etc.), los directivos (ordenar, mandar, etc.), los conmisivos (prometer, jurar, etc.), los expresivos (disculparse, alegrarse, etc.) y los declarativos (declarar, o expresiones como “por la presente”, etc.) Las teorías de Austin reciben dos críticas principales: la de Dan Sperber y Deirdre Wilson, y la de John-Robert Ross, seguido por George Lakoff.
Suponen que en las numerosas enunciaciones es difícil e inútil determinar el valor ilocutivo.