En el México precolombino había una figura equivalente a los cronistas de hoy: era la del tlacuilo, sabio y bien preparado personaje que asistía al Calmecac para obtener una refinada educación y estar así preparado para pintar códices, murales, esculturas, mapas y demás documentos de tipo legal o político.
Como describe Ana Rita Valero de García Lascuráin, la especialista que dio a conocer el documento en México en 1994: “Está escrito y dibujado con tintas autóctonas, lo que le dio gran riqueza cromática.
Se usó una amplia gama de colores en diferentes tonalidades: rojos, producidos con cochinilla; azules y verdes, fabricados con nacazcólotl; y blanco sacado de la tiza tetízatl.
Por otra parte, las pictografías fueron enmarcadas con una línea negra típicamente indígena, obtenida con el hollín del pino u ocote al que llamaban tlilli.”[1] El Códice Cozcatzin perteneció a los papeles de la casa real de Tlatelolco y actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF).
El códice muestra en sus primeras 15 páginas las 55 parcelas de tierra que el emperador mexica Izcóatl donó a varias familias tenochcas en 1439.
Hasta el siglo XV, el pueblo estuvo ligado al señorío de Azcapotzalco.
De esta unión nacieron doña Magdalena, Bárbara, Petronila y don Alonso Axayacatl el Joven… en ambas imágenes se remarcó que eran tlatloque por estar sedentes en su asiento y llevar la xiuhtzolli o diadema real.