Palomino dice que «llegó a hacer las flores tan bien como su suegro», a quien le pintaba las figuras de las guirnaldas, además de trabajar en los decorados para las funciones teatrales que se hacían en el Palacio del Buen Retiro, lo que le valió ser nombrado Pintor del Rey con carácter honorario en 1689.
Practicó también la pintura al temple, en arcos festivos y escenografías teatrales no conservadas por su carácter efímero.
Incluso entre las conservadas en el Museo Nacional del Prado con antigua atribución a Bartolomé Pérez, algunas podrían ser obras de artistas italianos como Mario Nuzzi o Margarita Caffi, bien conocidos en España y a los que su pintura debe mucho.
Entre las obras firmadas, un doble florero en colección privada, fechado en 1665, conserva intacto todavía el estilo del suegro, pronto superado por otro más personal, consecuencia de la atención prestada a los floreros que llegaban de Italia.
Habitualmente sustituyó los cestillos de flores por jarrones de bronce con relieves abultados, a veces decorados con escenas mitológicas, y en las flores, tratadas con soltura, los colores son más brillantes y la iluminación más intensa que la de Arellano.