Antonio del Castillo y Saavedra

En 1652 falleció María Magdalena Valdés dejando a Castillo viudo por segunda vez, lo que le impidió acudir a la entrega del premio literario en la iglesia de San Pablo.

Durante su última etapa se aloja en la calle Muñices, donde sería vecino de la que por aquel entonces era la élite cordobesa.

En 1666, dice Palomino, viajó a Sevilla, a la que no había vuelto desde los años de estudio, y allí descubrió la pintura de Murillo y la belleza de sus colores, «que a él le faltaba, sobrándole tanto el dibujo», lo que le hizo exclamar: «¡Ya murió Castillo!».

[4]​ Algo de lo aprendido de Murillo se manifestaría en sus últimas obras, según Palomino, singularmente en un San Francisco de medio cuerpo que pintó para el mercader Lorenzo Mateo, que «excede en el buen gusto, y dulzura en la cabeza, y manos a todo lo que hizo en su vida Castillo, porque a la verdad le faltó una cierta gracia, y buen gusto en el colorido».

En su pintura Castillo se mueve sin apenas evolución en la órbita del naturalismo, ajeno a las nuevas corrientes más barrocas.

[10]​ Muestras del mismo naturalismo inmediato que se aprecia en sus dibujos se encuentran también en el San Francisco predicando ante el papa Inocencio III, en la parroquia de San Francisco y San Eulogio de la Axerquía, donde entre distinguidos príncipes de la iglesia asisten al sermón mendigos, gentes del pueblo absortas y chiquillos inquietos.

Con Cristóbal Vela compitió por hacerse con la pintura del retablo mayor de la catedral, siempre según Palomino, adjudicada finalmente a éste.

José vendido por sus hermanos , óleo sobre lienzo (109 x 145 cm) Museo del Prado . El lienzo forma parte de una serie de seis cuadros dedicados a la vida de José en los que destacan especialmente los paisajes, de los que Castillo tomaba rápidos apuntes del natural.
Calvario de la Inquisición , Museo de Bellas Artes de Córdoba . Pintado para presidir el salón del tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba , donde estaba acompañado de los retratos de los dos inquisidores mártires, San Pedro Mártir y Pedro de Arbués , pintados por el mismo Antonio del Castillo.
Bautismo de san Francisco de Asís , óleo sobre lienzo, 196 x 248 cm, Museo de Bellas Artes de Córdoba .
Paisaje con árboles y maleza , plumilla sepia sobre papel, Museo de Bellas Artes de Córdoba . Este singular dibujo, buen ejemplo de paisaje puro, acrecienta su interés por llevar al dorso un poema del propio pintor, titulado Quejarse un prado porque el enero lo había agotado , justificando la fama de poeta local que le atribuye Palomino.