Su primera actividad ministerial se balanceaba entre la enseñanza de la Filosofía y la predicación popular.
Parece que una pesadilla nocturna o una extraña visión fúnebre le impresionó vivamente, y se sintió llamado a mayor santidad y dedicación al bien de las almas.
Conseguida la autorización, regresó a México en 1683, con otros veintidós franciscanos, para fundar el dicho Colegio.
Su muerte fue la de un santo, cuya fama continuó incluso durante muchos años.
De su espléndida actividad misionera se calcula que convirtió unas veintidós mil personas.