Antonia Lucía, vino junto con su madre al Perú, desembarcando en el puerto del Callao, con la esperanza de una mejor vida.
Su esposo vio en Antonia Lucía su intensa vocación al servicio de Dios fue así que por mutuo acuerdo decidieron guardar castidad perfecta.
La licencia estuvo a cargo del entonces Arzobispo de Lima Melchor Liñán y Cisneros.
Aquí resalta que en dicha donación estaba la bendita efigie del Santo Cristo de los Milagros pintado en 1651 por un negro esclavo angoleño.
En su última semana de vida fue auxiliada con los Santos Sacramentos, también dejando testamento.