Su cometido es, además de ejecutar las órdenes del presidente, recoger (simbólicamente) la llave de los toriles, entregar los premios a los toreros y preceder a las cuadrillas durante el paseíllo.
Una vez simulado el despejo, saludan a la presidencia, destocándose y con una breve inclinación de cabeza.
Tradicionalmente, mientras conservaron su papel punitivo, eran blanco predilecto de mofa y odio por parte público.
Hubo épocas que se soltaba al toro rápidamente para poner en aprietos al alguacilillo, que se retiraba apresuradamente, mientras el público lo escarnecía.
Hoy día forman parte de la liturgia taurina y no despiertan ya ninguna animadversión.