Se ordenan y entrelazan sus ramas y se las corta en pinta sin deshojarlas, quitando solamente las más chicas que impidan de ver al enemigo; se hace detrás una trinchera o pequeño foso cuya tierra puede echarse entre los troncos y encima, para mejor asegurarlos pues arrojada al otro lado no tendría ninguna utilidad.
No nos dice cual era el ancho, pero debía sin duda ser tal que las ramas de los árboles que hizo poner allí, presentasen sus puntas bajo el ángulo más favorable; tendrían cinco o seis pies.
En la vertical las ramas cortadas en punta no hubieran punzado como, dice sucedió a los que entraban en esta abatida: qui tetraverant se ipti artissmis ramis induebant.
Hizo, pues, poner los árboles o ramas gruesas en estos fosos, de suerte que los troncos metidos en la tierra y unidos por abajo el uno al otro, con algunas de las mismas ramas, presentaban por afuera todas aquellas que tenían cortadas las extremidades formando punta.
Cesar no dice si la tierra sacada de los fosos se echó sobre los troncos, pero es casi creíble, porque el relleno debía añadir solidez a la obra.
No fue, pues, una abatida sino una especie de empalizada con la que Arquidamo rodeó a Platea.
Dice este autor: Filipo, Rey de Macedonia, empleó abatidas contra el cónsul Sulpicio, para impedirle penetrar en la Eorda.
Los modernos, dice, no conocen como los antiguos, la fuerza y el mérito de las abatidas.
Y aun aquel no conserva sus ventajas sino en los lugares casi inaccesibles al cañón, tales como los escarpados, las gargantas elevadas de altas montañas, o algunas partes entrantes protegidas por una numerosa artillería.
Pues colocando la abatida detrás, se logra esta ventaja y el enemigo después de hecho dueño de los primeros atrincheramientos, se ve obligado a abrir paso por ellos para su artillería, si es que la resistencia la hace necesaria.
Folard dice que los sauces son los árboles más apropiados para hacer abatidas porque sus ramas flexibles, cediendo al golpe, se hacen más difíciles de cortar; y como tienen muchas y muy unidas, es imposible pasar por entre ellas o separarlas.
Si hay artillería es necesario tirar al principio a bala rasa para romper las ramas más gruesas, que llevarán consigo otras muchas chichas; como también para trastornar y desunir los troncos y después, al acercarse, tirar a cartucho para ahuyentar las tropas que defienden la abatida, y que están ya entonces más a descubierto.
Se deben colocar con la artillería algunas tropas formadas en batalla, para que hagan un fuego vivísimo y tanto mayor será su número, cuanto sea menor el de los cañones.
Si se pudiese dar faginas a todos los soldados, marcharán unidos hasta el atrincheramiento: las arrojarán en medio de las ramas y harán inmediatamente el fuego más vivo que pudieren, hasta que el de las faginas se haya comunicado a los árboles y entonces retrocederán a la distancia necesaria para no ser incomodados.
Bien presto las llamas devorando todo el atrincheramiento, ahuyentaron los defensores y abrasaron hasta su campo.
Se pondrán sobre las alas de la columna o entre ellas, si hay muchas, algunas tropas en batalla sobre poco fondo pues aunque su fuego sea siempre inferior al del enemigo, podrá distraerle e impedirle de llevar sus principales fuerzas a los parajes en donde se quiere hacer brecha y penetrar.
Hecha la abertura, las primeras tropas que penetren deben asaltar con la hacha en la mano a aquellos que se mantengan firmes a su frente y las siguientes ensancharán la brecha, cortando las ataduras de los árboles y arrojando los troncos fuera de la línea.
Al mismo tiempo las que se han puesto en batalla para hacer fuego, marcharán con viveza, llevando la primera fila el hacha en la mano, a fin de imponer terror al enemigo y de cortar y penetrar por donde pueda, para unirse con las que están ya dentro.
Y aunque se abrase la abatida, no está todo perdido con tal que las tropas no sean demasiado inferiores; pues entonces la ventaja es igual entre los dos, porque hasta que los árboles se conviertan en cenizas, una barrera insuperable os separa.
Estos tres ataques hechos con resolución y bien a tiempo, es difícil que el enemigo lo resista; pero para que esta operación tenga buen suceso, es necesario haber ejercitado allí al soldado y acordarle, antes de la ejecución, lo que le habéis enseñado, pues si comprende vuestro objeto y el suyo, obrará sin duda con mucho más espíritu.
El Mayor Prusiano Delpon tomó cerca de Bransdorfi, una abatida , guardada por trescientos austriacos y la quemó.