Esta ópera da inicio a la fecunda y aún poco estudiada historia de la creación operística latinoamericana no interrumpida desde entonces durante trescientos años.
[3] Leonora Saavedra explica que la inestable situación económica y política, y la falta de una clase media urbana numerosa hicieron casi imposible para el Estado mexicano o inversores privados mantener una compañía de ópera estable en México.
[6] En 1871 Miguel Planas estrena su Don Quijote en la venta encantada, así como Aniceto Ortega de Vilar (1825-1875) su ópera Guatemotzin.
Es ésta el primer intento consciente por incorporar elementos nativos a las características formales de la ópera.
En 1885, en el Colegio del Sagrado Corazón y casi con aficionados, Felipe Villanueva (1862-1893) da a conocer su ópera infantil Un día de asueto el 19 de octubre, para que seis años después Melesio Morales llevara a escena su Cleopatra, que vio la luz en 1891 en el Gran Teatro Nacional, auspiciada por la Compañía de Ópera Italiana Sieni y con la soprano Salud Othón como protagonista.
Una gran parte de estas óperas no han sido rescatadas gracias a una edición moderna con las correspondientes representaciones y grabaciones.
El Teatro Arbeu estrenó en 1916 I due amore del mismo Rafael Tello en enero, para después presentar en 1918 Anáhuac de Arnulfo Miramontes con María Gay y Giovanni Zenatello en los papeles principales y El indiano de Alberto Flachebba.
Otro grupo interesante es el de aquellos compositores que intentaron desarrollar una tradición operística yucateca basándose en leyendas mayas.
Todos ellos desarrollaron gran parte de su obra en Mérida, México y han sido despreciados por los historiógrafos nacionales mexicanos.
En este caso particular se encuentran las óperas de Cosgaya Ceballos, Ríos Escalante, Ricalde Moguel, Rivera Velador, Cárdenas Samada, Jebe Halfdan.
En la primera mitad del siglo XX sobresalen en la creación operística mexicana Julián Carrillo y los compositores cercanos a él como Antonio Gomezanda, Juan León Mariscal, Julia Alonso, Sofía Cancino de Cuevas, José F. Vásquez, Arnulfo Miramontes, Rafael J. Tello, Francisco Camacho Vega, Efraín Pérez Cámara.
Todos ellos han sido relegados por la historiografía musical oficial que tan solo reconoció la obra de los compositores nacionalistas.
Desde finales del siglo XX en México (y toda Latinoamérica) hay un creciente interés de los compositores por escribir ópera.
En 1961 José F. Vásquez estrenó El último sueño con Plácido Domingo, Martha Ornelas y Guadalupe Solórzano.
La que sería la segunda y última obra operística de Jiménez Mabarak, La Güera, se estrenó en Bellas Artes en 1982 con éxito singular.
Antes, en 1990, José Antonio Guzmán (1946) había presentado su Ambrosio o la fábula del mal amor, tanto en la Sala Covarrubias como en Bellas Artes.
Entre los compositores mexicanos de inicios del siglo XXI que sobresalen con sus óperas debe mencionarse a Federico Ibarra, Leandro Espinosa, Marcela Rodríguez, Víctor Rasgado, Javier Álvarez, Roberto Bañuelas, Luis Jaime Cortez, Julio Estrada, Gabriela Ortiz, Enrique González Medina, Manuel Henríquez Romero, Leopoldo Novoa, Hilda Paredes, Mario Stern, René Torres, Juan Trigos, Samuel Zyman, Mathias Hinke, Ricardo Zohn-Muldoon, Isaac Bañuelos, Gabriel de Dios Figueroa, Enrique González-Medina, José Carlos Ibáñez Olvera, Víctor Mendoza, Emmanuel Vázquez, Javier Ignacio Fragoso, Roberto Morales Manzanares, Ricardo Zohn-Muldoon, Alfonso Molina y Gabriel Pareyón, Felipe Pérez Sangtiago, Gabriel González Meléndez, Guillermo Digo, Guillermo Galindo, Horacio URiba, Jaime Wolfson, Jomi Delgado, Jorge Torres Saenz, José Miguel Delgado, Lorena Orozco, Luis Felipe Losada, Mauricio Rodríguez, Robert Xavier Rodríguez, Roberto Carlos Flores, Rogelio Sosa, Sergio Berlioz.
Su inesperada muerte en 2011 truncó su carrera aunque la representación y recepción de sus obras ha continuado, especialmente en los Estados Unidos, donde con regularidad se programan sus óperas.
Por ello podemos suponer que estas primeras óperas se realizaron con base en un libreto en castellano.