Estos gatos se protegen muy bien del clima británico por su pelaje doble e impermeable.
Estos gatos fueron importados por los romanos para mantener los campamentos libres de serpientes, ratones e insectos.
[4] Hacia 1900, con la llegada de razas como los Persas, el British Shorthair perdió popularidad y la cría se volvió escasa debido a la Primera Guerra Mundial.
Esto condujo a otra escasez de ejemplares puros para la cría hacia la Segunda Guerra Mundial, momento en que se reintrodujeron el Persa y el Russian Blue.
En definitiva, el British es un gato tranquilo aunque juguetón, dulce sin llegar a ser empalagoso y sobre todo una adorable mascota.
Las patas son robustas, con pies redondos y ligeramente más cortas que el cuerpo.
Esta apariencia la refuerza su gran cabeza inconfundible, con pelo corto, y todavía más poderosa que la garganta.
Las orejas son de tamaño mediano, redondeadas, anchas en la base y muy separadas entre sí.
Los ojos grandes, separados y redondos, son de colores intensos, en armonía con los mantos.
La cola, de una longitud equivalente a dos tercios del cuerpo, es gruesa en la base y se afina hasta la punta, que es redondeada.
Además, desde 1991 también está reconocido en la raza British Shorthair el patrón colour point (el mismo que el del siamés tradicional).
[12] Se considera que la raza está en alto riesgo de padecer la enfermedad renal poliquística (PKD).
Aunque no tiene cura, existen medicamentos que alivian sus efectos y ralentizan su avance.
Algunos British Shorthairs padecen hipertiroidismo, causado por un exceso de hormonas tiroideas que afecta el metabolismo.
Esto provoca problemas serios, ya que las hormonas tiroideas afectan a casi todos los órganos, especialmente el corazón de los gatos.