La Basílica y Convento de San Francisco ( en español : Iglesia y Convento de San Francisco ), conocida comúnmente como el San Francisco , es una basílica católica que se levanta en medio del centro histórico de Quito , frente a la plaza del mismo nombre. Es el sitio religioso más antiguo y significativo de Ecuador. [1] La estructura es el complejo arquitectónico más grande dentro de los centros históricos de toda América del Sur, y por esta razón fue conocido como " El Escorial del Nuevo Mundo ". [2] San Francisco es considerado una joya de la arquitectura continental por su mezcla de diferentes estilos combinados a lo largo de más de 150 años de construcción. San Francisco es parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO "Ciudad de Quito".
En sus tres hectáreas y media de superficie se han construido trece claustros (seis de ellos de gran magnitud), tres templos, un gran Atrio , sumando aproximadamente 40.000 metros cuadrados de construcción. En él se desarrollan actualmente múltiples actividades: conventuales y religiosas, atención al público en las áreas de salud, comunicación, educación y otras de carácter popular que mantienen activo el edificio.
En el interior de la iglesia se encuentran más de 3.500 obras de arte colonial, de múltiples manifestaciones artísticas y variadas técnicas, especialmente las correspondientes a la Escuela Colonial Quiteña de Arte , que nació precisamente en este lugar. Cuenta también con una biblioteca franciscana, calificada en el siglo XVII como la mejor del Virreinato del Perú .
El conjunto está antecedido por la Plaza de San Francisco que durante años abasteció de agua a la ciudad desde su fuente central, y que ha funcionado como mercado popular, como espacio de concentraciones militares y políticas, y como lugar de reunión y esparcimiento social. La escalinata cóncavo-convexa que comunica la plaza con el Atrio, en la que resalta la fachada manierista - barroca del edificio principal, es considerada de gran importancia arquitectónica en la América Colonial.
En el Quito precolombino, los actuales terrenos de la Basílica y Convento de San Francisco fueron ocupados por el palacio real del Inca Huayna Cápac , [3] ante el avance de los ejércitos comandados por los españoles desde el sur y la imposibilidad de defender la ciudad el general indígena Rumiñahui ordenó su destrucción total. En el incendio de la ciudad el palacio quedó destruido y sepultado bajo una enorme cantidad de escombros y basura. Uno de los soldados de Rumiñahui fue el bisabuelo del indígena Cantuña, quien, como testigo presencial de los hechos, tenía pleno conocimiento de lo que allí se encontraba enterrado. La construcción de la basílica y convento de San Francisco se inició alrededor del año 1537, apenas tres años después de la fundación española de la ciudad, con la terminación de una iglesia temporal que permaneció hasta 1550, cuando se inició la construcción del edificio actual y que fue concluido alrededor de 1680. Aunque el edificio fue inaugurado oficialmente en 1705.
Con el apoyo de la Congregación Franciscana Europea, los clérigos gantenses Jodoco Ricke y Pedro Gosseal, quienes eran primos de Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico , [4] llegaron a la ciudad dos años después de su fundación, lograron adquirir unos solares en el costado suroeste de la Plaza Mayor de Quito , en el mismo lugar donde un día estuvieron los asientos militares de los jefes de las tropas imperiales: Chalcuchímac y Quizquiz . Es decir, el lugar tenía un enorme significado histórico y estratégico para los indígenas que los franciscanos querían evangelizar. La tesis del lugar como centro de las culturas inca y caranqui se vio reforzada tras los estudios arqueológicos realizados en la basílica con motivo de su remodelación, entre 1983 y 1990, en los que se encontraron importantes piezas cerámicas, pertenecientes a esas culturas precolombinas (y también panzaleas) bajo la nave, los claustros, el huerto, el atrio y la plaza.
El Cabildo de la recién creada ciudad de San Francisco de Quito, en virtud del ordenamiento físico de la ciudad, asignó inicialmente a los franciscanos una extensión de terreno que equivalía a dos manzanas, cada una de 220 pies de longitud. Sin embargo, en 1538, tras sucesivas adjudicaciones del mismo Cabildo, se alcanzó una extensión de más de tres hectáreas. En 1533, sus límites, tanto al norte como al sur, coincidían con los de la Plaza de San Francisco, de modo que el solar quedaba frente a la Plaza, sin sobrepasar ninguno de sus lados (por el oeste debía llegar hasta el coristado ).
Cuando en 1537 fray Jodoco Ricke solicitó al Cabildo la entrega, por una parte, de unos terrenos para los indígenas Yanakuna que servían a la Basílica y, por otra parte, un terreno más para ésta, que se deduce del coristado hasta la actual calle Imbabura . [4] En 1538 se amplió el solar hacia el norte; es decir, desde el Claustro Mayor hasta las actuales dependencias de la Policía; en esta ocasión fray Pedro Gosseal solicitó a los " señores del Cabildo le concedieran un terreno para huerta para ponerla en la casa de San Francisco porque hace un recodo del terreno y porque va derecho ". Una calle de oriente a poniente, que guardaba el ritmo de la retícula en damero y prolongación de la actual calle Sucre , dividía el Convento de la huerta; esta calle debió ser cerrada definitivamente a mediados del siglo XVII, debido a la construcción de los dos claustros contiguos al claustro mayor.
“ Con todo lo que he invertido en su iglesia, y en las torres que sobresalen en la ciudad, debería verlas desde aquí (desde Madrid) ”
—fue la primera expresión de Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico , [4] rey de España, al hablar del complejo monástico y clerical de San Francisco que se fundaba en la nueva ciudad de Quito, en tierras del Nuevo Mundo. Acto seguido, en tono muy orgulloso, declaró aquella famosa frase de que el sol nunca se ponía en sus imperios.
Esta etapa abarca un periodo de quince años: entre 1535, con la construcción de la iglesia y residencia provisional de los religiosos; entre 1551 y 1575 se levantó la iglesia, la fachada y el atrio ; [4] y mediados de la década de 1650, con la construcción de casi una docena de claustros adyacentes al principal. Este se considera el período constructivo más importante del conjunto.
Se desconoce quién trazó los planos originales del complejo, la hipótesis más aceptada es que fueron enviados desde España, basándose en el estudio topográfico de Ricke y Gosseal. También se puede suponer perfectamente que para la construcción del monasterio franciscano vinieron arquitectos de España, arquitectos que, conociendo prácticamente el terreno, supieron aprovechar su inclinación, para el diseño y ejecución de ese admirable escalón y hermoso parapeto , sobre el que, se luce la artística y severa fachada de la iglesia. Aunque también hay quienes sostienen la teoría de que fueron Ricke y Gosseal quienes realizaron toda la obra de principio a fin.
Sin embargo, se conserva el nombre de Fray Antonio Rodríguez, natural de Quito, y gran arquitecto que floreció a mediados del siglo XVII, como autor de gran parte de la basílica y de otra joya de la arquitectura colonial quiteña: la Iglesia de Santa Clara. Entre los papeles del Archivo del convento, también hay una memoria manuscrita de 1632 que habla de Germán de Alemán, Jorge de la Cruz y su hijo Francisco, [2] quienes trabajaron en la construcción de la basílica durante la primera época, es decir, la de Fray Jodoco Ricke; por cuyos servicios les dio, de acuerdo con el cabildo , algunos terrenos de las canteras hacia arriba hacia Pichincha. En dicha Memoria se especifican algunas de las obras que aquellos obreros trabajaron: “ (…) para pago de la hechura de esta iglesia y capilla mayor y coro de San Francisco, porque el convento no tiene con qué pagarles, se les da la posesión legal de los solares arriba de las canteras y hacia el cerro de Pichincha (…) ”.
Corresponde a la ornamentación interior y complementación arquitectónica menor, y abarca el periodo comprendido entre 1651 y 1755. Durante estos años el auge y consolidación de la Orden se reflejó en el aumento de los bienes artísticos del Convento Máximo (esta iglesia). Su esplendor, sin embargo, se vio seriamente afectado a consecuencia del terremoto de 1755 que, entre otras cosas, destruyó parcialmente la techumbre de artesonado mudéjar de la nave principal de la iglesia. [2] El artesonado mudéjar del siglo XVI se conserva en el crucero y en la nave del coro. [2]
Tanto el templo como las capillas y los distintos claustros del Convento sufrieron diversas modificaciones a partir de mediados del siglo XVIII, sobre todo debido a los diversos terremotos a los que tuvo que enfrentarse. Estas etapas podrían considerarse dentro del proceso constructivo.
Corresponde a un período de reconstrucción arquitectónica que se dio entre los años 1756 y 1809. A pesar de la secularización de las doctrinas, que provocó una disminución considerable de los fondos de la Provincia de Quito, los franciscanos dedicaron un enorme esfuerzo a la reconstrucción de las dependencias conventuales. Con respecto a esto, hubo una redefinición estética del interior de la iglesia, al colocar un artesonado barroco en la nave principal que no atentaba contra la armonía estética de todo el complejo.
Esta etapa corresponde a la crisis institucional de la Orden Franciscana y la consecuente extirpación de espacios que sufrió la Basílica entre 1810 y 1894. Una profunda crisis de valores atravesó la Orden durante estos años; los franciscanos se vieron obligados a ceder amplias áreas del Convento Máximo, lo que provocó su desestructuración funcional. Sin embargo, en las áreas que quedaron bajo su control persisten formas tradicionales de organización.
De 1895 a 1960 se produce un nuevo uso de los espacios y llega la modernidad al complejo. A pesar de que San Francisco ha conservado inalterable su estructura física, en esta etapa se produjeron cambios ligados a la aplicación y utilización de nuevas técnicas y materiales constructivos al momento de las intervenciones. Debido a la modernización de la infraestructura urbana de la ciudad, las instalaciones del convento se beneficiaron de los servicios de electricidad, agua potable, alcantarillado y teléfono .
Por otra parte, con la instalación de nuevas dependencias (museo, imprenta, teatro, radio, establecimiento educativo privado) se produjo un reajuste funcional de su estructura espacial que, paulatinamente, se hizo más pública.
Si se hace un análisis específico de su entorno arquitectónico, se advertirá que en San Francisco pervivió la tipología clásica de los monasterios medievales. En ésta, la distribución espacial partía de la iglesia, su eje rector, y desde allí se abrían las galerías del claustro donde normalmente se distribuían las celdas, el refectorio , la sala capitular , la bodega y el locutorio . La forma definitiva fue el patio cuadrangular, con sus respectivas cuatro galerías; contribuyendo, las principales, a denominar a su respectiva galería: galería de la sala capitular, galería del refectorio, galería de los conversos, galería del mandatum.
La iglesia, en el caso de San Francisco, es también el centro de esa orden. Partiendo de ella se proyectan las cuatro galerías claustrales, todas de igual tamaño, en las que se han conservado al menos dos elementos de los monasterios de la Edad Media : el refectorio y la alcoba . Sin embargo, ninguna galería ha sido asignada a la sala capitular, que nunca existió en San Francisco. En realidad, no es posible saber con exactitud qué otras dependencias se distribuían en torno a los cuatro tramos claustrales y dónde se ubicaban, no obstante, y según fray Fernando de Cozar, en un momento posterior (1647) en el Claustro se encontraban la Sala de Profundis , el Refectorio , la Biblioteca junto a las aulas de arte y teología, la Portería y una pequeña iglesia con sacristía. La galería contigua de la iglesia, el mandatum, debió contar con bancos para la lectura de acuerdo con las antiguas normas de organización espacial.
Pero igualmente, la compleja red de dependencias que se organizaba en su interior recreaba su propio microcosmos autosuficiente, similar al de los monasterios medievales. Como en éstos, en San Francisco, además de las dependencias básicas tenemos las dedicadas a la sanidad, la educación, los oficios, la huerta e incluso una cárcel (para mantener la estricta disciplina conventual). En el Claustro de Servicios funcionaban la cocina , la enfermería y la botica .
El conjunto arquitectónico de San Francisco de Quito estuvo necesariamente vinculado a su entorno urbano. Existen tres espacios que definieron las relaciones con el mundo exterior:
Los planos originales de la basílica fueron sometidos a diversos cambios a lo largo de los casi 150 años que duró su construcción. Muchas veces estos cambios fueron “violentos y desacertados” debido a los daños causados por los terremotos y la evolución del arte y la cultura hasta llegar finalmente a la forma casi ecléctica que hoy conocemos; por eso San Francisco es uno de los edificios más importantes de la arquitectura colonial hispanoamericana.
La fachada de la basílica refleja la presencia temprana, y por primera vez en Sudamérica, de elementos manieristas , lo que la convirtió en un referente de este estilo en el continente. La severidad renacentista y el manierismo exterior contrastan con la decoración interior de la iglesia, en la que se mezclan estilos mudéjares y barrocos con pan de oro para darle un esplendor inusual.
En sus tres naves, San Francisco descubre artesonados mudéjares, retablos profusamente decorados y columnas de diversos estilos. En el coro , la decoración mudéjar, original de finales del siglo XVI, se mantiene intacta porque la nave central se derrumbó en un terremoto y fue sustituida por un artesonado barroco en 1770. Techos mudéjares en los extremos, barrocos en la nave central, retablos repletos de imágenes, mascarones y querubines mirando al centro del Altar Mayor.
El conjunto se completa con el Convento, en el que destaca la belleza arquitectónica del claustro mayor, dispuesto en torno al inmenso patio , en dos galerías superpuestas.
El caso más destacado en la segunda mitad del siglo XVII fue el de don Francisco de Villacís quien, el 6 de noviembre de 1659, fundó una capellanía de diez mil pesos , censos de sus bienes y especialmente de la Hacienda Guachalá , situada en el valle de Cayambe , convirtiéndose en su patrono. Después de su muerte, la capilla debía pasar a sus hijos legítimos, en su defecto, a los naturales que tuviera, y al no existir herederos directos, nombró a su hermano Juan de Villacís como su sucesor. Habiéndose establecido que los gastos de ornamentación de la capilla correrían a cargo de su patrono, estos habían sido encomendados al quiteño fray Antonio Rodríguez. [2]
En 1939 los frailes tuvieron dificultades con algunos herederos de Francisco de Villacís, quienes reclamaban derechos sobre la capilla. De manera especial sobre la cripta que les pertenecía y que el Convento había cedido, hacía unos seis años, a don Pacífico Chiriboga y Borja , creyendo que no había herederos con derecho a este espacio. Los patronos de la capilla perdieron sus derechos al no aceptar un contrato, por el cual se les ofrecía la antigua cripta detrás de la sacristía , donde estaban enterrados los religiosos, a cambio de pagar diez mil sucres en efectivo. De esta manera, en el año 1947, dentro de un proceso general de la Orden, para valorar sus tesoros artísticos, la comunidad emprendió la reparación y arreglos de este espacio. El 26 de octubre de este año, fue bendecido, consagrándolo al Sagrado Corazón .
La Capilla de Santa Marta , del Comulgatorio o del Santísimo , en el extremo izquierdo del altar mayor, estuvo dedicada desde la segunda mitad del siglo XVIII al culto de la imagen de la Bienaventurada Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza , traída de España por fray José de Villamar Maldonado, copia exacta de la obra del escultor Pedro de Mena . En el año 1671 se constituyó la hermandad y tres años más tarde se concedió a sus hermanos el antiguo panteón de la Orden Terciaria. Al parecer, esto estuvo vigente hasta mediados del siglo XIX, inscribiéndose sus últimos hermanos en 1848.
Originalmente llamada Capilla de la Cofradía de la Veracruz de Naturales ,15 es una de las capillas laterales del convento, ubicada en el extremo sur del atrio, y que está dedicada a la veneración de Nuestra Señora de los Dolores y San Lucas Evangelista .
Fue entregada por los franciscanos a la Hermandad de la Veracruz de Naturales , integrada por los más hábiles escultores y pintores indígenas de la ciudad de Quito, quienes de inmediato iniciaron su construcción en 1581. A finales del siglo XVII pasó a manos de la Tercera Orden Franciscana y de la Hermandad de la Virgen de los Dolores . Las hermandades veracruzanas se encapricharon en convertir la capilla en un auténtico relicario de joyas únicas, por lo que la colección de arte que albergó desde sus inicios, entre óleos , frescos y esculturas, le han dado fama como una de las más exquisitas de América y el nombre de “ Capilla Sixtina de América ” por los ecuatorianos de la época.
La Hermandad de la Veracruz de Naturales entronizó en el retablo mayor la bella escultura de San Lucas Evangelista que mandó tallar el Padre Carlos, considerada una de las más hermosas en madera policromada que ha dado la imaginería de la Escuela Colonial Quiteña de Arte , y que aún se puede apreciar en su altar. Sin embargo, para 1763 los indígenas ya habían perdido todo derecho, y por decretos sucesivos se había autorizado el espacio para el culto a la Virgen de los Dolores, patrona de una cofradía también de pintores y escultores, pero esta de blancos y mestizos , que había ganado mayor prestigio con el paso del tiempo.
Según la leyenda recogida por el protohistoriador del Reino de Quito , el padre Juan de Velasco , Cantuña era hijo de Hualca, quien habría ayudado a Rumiñahui a esconder los tesoros de Quito para liberarlos de la codicia española. Una vez instado a revelar el secreto de los bienes que gastó a mansalva pese a ser sólo un indígena, Cantuña dijo haber hecho un pacto con el diablo . Tal vez para redimirse de tal pacto, Cantuña colaboró con mucho dinero de su bolsillo para ver terminada la capilla y que desde entonces lleva su nombre. [3]
Desde el punto de vista estético, la Capilla de Cantuña es una pequeña iglesia de una sola nave abovedada, con nervios salientes y lunetos. Sobre el presbiterio, que forma un solo cuerpo con la nave, descansa una cúpula con linterna por la que se filtra la luz que llena todo el espacio. En su parte posterior se sitúa la sacristía y, al entrar en la nave, un pequeño coro al que se llega a través de una escalera colocada a la derecha de la entrada a la capilla. Frente a su sencillez estructural, en Cantuña es evidente la ambivalencia entre organización espacial y decoración, que, como en la iglesia principal, ha sufrido profundas transformaciones durante el siglo XVIII. El retablo del altar mayor junto con el púlpito constituyen el elemento decorativo más interesante del espacio. Atribuida a Bernardo de Legarda , su fábrica estaría relacionada con el enorme prestigio alcanzado por la Hermandad de la Virgen de los Dolores en la segunda mitad del siglo XVIII. En este retablo, de marcado carácter barroco, hay un claro predominio de los elementos decorativos sobre las imágenes; se complementa con el magnífico grupo del Calvario (del que forma parte la Virgen de los Dolores) colocado en su hornacina central, también atribuido al maestro. Legarda talló las columnas, los tableros, el friso, la cornisa, el arco, el remate y decenas de exquisitos elementos ornamentales. Las hornacinas y las repisas están repletas de bellas esculturas que también son suyas; finalmente completó el conjunto dotando a la hornacina central de un marco de espejos y plata.
La Capilla de Cantuña alberga también obras de Caspicara , entre ellas una de sus obras cumbre: la Impresión de las Llagas de San Francisco , un conjunto armonioso y lleno de sentimiento devoto, cuyo culmen es la admirable expresión del Santo, perdido en el dolor y la iluminación. No menos impresionante es la efigie de San Pedro de Alcántara , que durante mucho tiempo fue atribuida erróneamente al Padre Carlos.
Siendo la cuna misma de la famosa Escuela Colonial Quiteña de Arte , que vio nacer y desarrollarse entre sus muros, el Complejo San Francisco es, sin duda, la pinacoteca más grande de este movimiento artístico. Cuenta con más de 3.500 objetos que abarcan un periodo comprendido entre los siglos XVI y XVIII.
En el altar mayor de San Francisco, presidido por un gran retablo barroco y revestido en pan de oro, sobresalen las esculturas de la “ Virgen de Quito ” de Bernardo de Legarda y el “Jesús del Gran Poder” del Padre Carlos; ambos destacados miembros de la Escuela de Arte Colonial Quiteño .
Entre las esculturas más reconocidas que alberga el complejo de San Francisco, tenemos:
La movilidad de la escultura de la Virgen de Quito , cuya modelo habría sido una niña inquieta sobrina del escultor, genera tal atractivo visual que sus réplicas se han convertido en un regalo emblemático del cabildo quiteño a sus huéspedes extranjeros. El Jesús del Gran Poder es el ícono principal de una de las dos mayores procesiones religiosas del Viernes Santo en Ecuador, que reúne a estratos populares, en un acto de curucuhos y penitentes, al más puro estilo medieval, evocando a la Sevilla española .
Las dos naves laterales de la iglesia están repletas de esculturas de santos colocadas sobre retablos recubiertos de pan de oro, ante los cuales cientos de fieles se arrodillan cada día para implorar "intercesiones" milagrosas.
El complejo conventual y clerical de San Francisco es también una enorme pinacoteca en la que se exhiben decenas de pinturas de famosos pintores quiteños y europeos; pero su principal atractivo radica en las obras pertenecientes a la Escuela Colonial Quiteña , estilo que nació en los patios de este convento, y cuya fama trascendió fronteras y hoy se puede encontrar en importantes museos alrededor del mundo.
Entre las obras pictóricas más relevantes de San Francisco tenemos:
El convento conserva también una serie de 16 cuadros de caballete expuestos en el zaguán , correspondientes al siglo XVII y atribuidos a Miguel de Santiago. La serie conocida como La vida de San Francisco de Asís , por su parte, es una colección de 27 lienzos de caballete de gran tamaño atribuidos a distintos artistas, que se ubican en los pasillos del claustro mayor.