Los pianistas Sviatoslav Richter y Emil Guilels consideraban a Sofronitski como su maestro.
Debilitado físicamente, fue evacuado por puente aéreo y no volvió a Leningrado hasta después del final de la guerra.
Como todos los grandes pianistas rusos de la época, Sofronitski estaba equipado con una gran técnica, lo que le permitió interpretar algunas de las composiciones para piano más difíciles y mantener su gran repertorio estudiado relativamente poco.
Su estilo muy personal significó que, a pesar de que el público le seguía con gusto, los otros músicos no lo veían como un maestro o como un modelo, y esto ayudó a aumentar su aislamiento y los problemas de su carrera.
Así, su modesta discografía, con respecto al número de grabaciones, no ha traducido más que imperfectamente la amplitud de su repertorio, que sobrepasa ampliamente a Scriabin, en el cual se le tiende a encasillar, yendo de Domenico Scarlatti a Shostakóvich, pasando por Beethoven, Schubert, Schumann, Chopin, Liszt, Rajmáninov y Prokófiev, con predilección hacia los compositores románticos.
Quería siempre una relación más directa con el público y cuando dio conciertos siempre elegía locales más bien pequeños, como la pequeña sala del Conservatorio de Moscú, o salas del museo Scriabin, que podían dar cabida a unas pocas decenas de oyentes.
La tercera sonata, la novena (Misa Negra) son ejemplos perfectos de este estilo denso y agitado.
Igualmente notables son las piezas cortas, los Preludios, los Estudios, donde se las arregla para captar los infinitos detalles y obtener efectos interesantes.