Doquiera lo mostré desencadenó un furibundo afán de hacerme saber dónde se hallaba mi unicornio perdido.
Incluso recibí noticias hasta de dónde sé que jamás iría a pastar no sólo el mío sino cualquier otro.
A propósito quiero acusar públicamente el recibo de una noticia sumamente legítima.
Todo empezó por un amigo muy querido que tuve, un salvadoreño llamado Roque Dalton, quien además de haber sido un magnífico poeta fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino.
Porque al fin sé en qué parajes pasta mi unicornio, y porque en prados semejantes ningún amor está perdido.