En la actualidad se utiliza raramente como complemento para la anestesia clínica debido a que están disponibles alternativas más seguras, como el cisatracurio y rocuronio.Actúa reduciendo la frecuencia de apertura del canal iónico acoplado al receptor nicotínico produciendo parálisis muscular.Más tarde, se descubrieron otras especies del mismo y de distinto género que contenían sustancias tóxicas semejantes: Strychnos letalis, Chondodendron tomentosum (curare), Chondodendron platiphyllum y Erythrina americana.Sir Benjamin Brodie fue el primero en advertir de los efectos paralizantes del curare en los músculos respiratorios.En 1812, experimentó con el curare y mostró que la ventilación artificial mantenía con vida a los animales curarizados.En 1900, Jacob Pal descubrió que los anticolinesterásicos podían revertir la acción relajante del curare.En 1942, Griffith y Johnson, usaron este medicamento en 25 pacientes para investigar los aspectos clínicos del curare.En 1949, Bovet sintetizó la succinilcolina y fue utilizada en clínica por primera vez en 1951 en varios países de Europa.En 1970, se estableció la estructura correcta,[3] mostrando que uno de los dos nitrógenos era terciario, realmente un alcaloide mono-N-metilado.[4] La tubocurarina, a dosis terapéuticas, reduce la frecuencia de apertura del canal iónico acoplado al receptor sin afectar a otras propiedades, como la conductancia y el tiempo medio de apertura y, disminuyendo así, la amplitud del EPP.Esta acción puede ser responsable del decaimiento tetánico que se observa tras la administración.[6] Debido a los grupos amonio cuaternario que contienen en su molécula, poseen una capacidad limitada de atravesar membranas.[7] Se emplean en todas las situaciones que requieren relajación muscular intensa y relativamente prolongada.También permiten controlar algunos tipos de convulsiones, como las presentes en el tétanos o para facilitar la ventilación mecánica en otras situaciones en que esta es necesaria.