Las camas de mesa, que en un principio como hemos dicho fueron tan sencillas y sin ningún adorno, pasaron a ser con el tiempo entre los romanos muy magníficas.
Entre las personas ricas se ponían unos doseles sobre las camas con el objeto de evitar que el polvo del techo cayese sobre la mesa.
Por lo común, no ponían más que tres camas alrededor de la mesa: una en medio y las otras dos a cada lado, dejando libre el otro para servir a la mesa.
Los jóvenes que no habían llegado todavía a la edad de poder llevar la ropa viril, continuaron observando la misma costumbre.
Suetonio dice que los jóvenes Césares Cayo y Lucio no comieron jamás a la mesa de Augusto, sino sentados in imo loco, en un lugar bajo.