Con Fernando en el gobierno de Castilla, las posibilidades de Navarra de verse directamente involucrada en el conflicto abierto que mantenían el Católico y Luis XII de Francia se incrementó notablemente al conceptualizar Fernando el Católico que la presencia en el trono navarro de unos reyes con enormes intereses patrimoniales en Francia podía constituir una plataforma que Luis XII utilizase contra Castilla y Aragón.
Ante este panorama, los primeros pasos de los monarcas navarros habían intentado ser especialmente prudentes, conscientes tanto de la división social que había en el propio Reino de Navarra como del enfrentamiento existente entre Francia y Castilla.
Una prudencia que se había manifestado en lo que a política exterior se refiere en un cauto mantenimiento de una posición de neutralidad.
Fernando el Católico no inició la invasión del reino una vez obtenida la bula de excomunión, puesto que esta fue expedida después, pero si pudo utilizarla para esgrimirla ante los pocos focos de oposición que encontró en la conquista del reino.
Juan III de Albret y Catalina de Foix, los reyes navarros, huyeron a sus dominios de Bearne al otro lado de los Pirineos sin que llegaran siquiera a plantear batalla en campo abierto y fiándolo todo a las fuerzas militares que el rey francés, Luis XII, les proporcionase en cumplimiento precisamente del tratado firmado.