Tradición cristiana

Con los sucesivos cismas y condenas mutuas como herejías, se produjo la división en distintas confesiones cristianas.

Como tradiciones eclesiásticas hay todo tipo de cuestiones relativas a la economía eclesiástica (la relación de la Iglesia con la pobreza y la limosna), el cobro de diezmo y primicias, la propiedad eclesiástica o bienes de la Iglesia[1]​ —especialmente el papel de la Iglesia en la sociedad feudal durante la Edad Media y el Antiguo Régimen: las manos muertas hasta la Reforma protestante o la Revolución liberal que realiza la desamortización en los países católicos, el señorío eclesiástico y el abadengo hasta la supresión de los señoríos—, el presupuesto de culto y clero a cargo de los Estados —desde algunos Concordatos del siglo XIX—[2]​ o la asignación tributaria (en algunos países hasta la actualidad[3]​), cuestiones identificativas, como los hábitos religiosos y la tonsura, o más profundos, como el celibato sacerdotal, los votos monásticos y las distintas formas de vida religiosa y vida consagrada.

Especialmente importantes son las celebraciones de los sacramentos en los momentos de tránsito entre etapas de la vida (bautizo, primera comunión y conceptos en torno a la educación, boda y conceptos en torno a la sexualidad, entierro y conceptos en torno a la muerte), además de los patronazgos de oficios, instituciones, localidades y naciones, las festividades y la influencia del cristianismo en todo tipo de instituciones.

Especial difusión alcanzó la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine.

No deben confundirse ambos conceptos con el tradicionalismo cristiano (véase fundamentalismo cristiano, integrismo, ultramontanismo, catolicismo tradicionalista, etc.), posturas religiosas o socio-religiosas aplicadas especialmente en ámbitos políticos.

Rezando en una iglesia griega , cuadro de Theodoros Rallis, 1876.