[2] Esta capacidad especial era vista como una prueba de la estimación particular que Dios tenía por estas.
En cuanto a cuál fue el primer monarca al que tal capacidad fue conferida, había discrepancias.
En Francia, tal don divino se pretendía remontar a Felipe I (r. 1059–1108) o a Roberto II (r. 987–1031), y se negaba que San Eduardo lo tuviera, argumentando que el primer rey inglés en reclamar tal capacidad fue Enrique I (r. 1100–1135), en una imitación política de la monarquía francesa.
La costumbre de dar un penique a cada enfermo estaba bien establecida en 1276, lo que sugiere que la práctica provendría al menos del reinado de su padre, Enrique III (r. 1216–1272), conocido por sus decisiones arbitrarias y manifestaciones públicas, así como por ser tan piadoso como su amado cuñado San Luis; la historiografía considera verosímil, por tanto, que introdujera por imitación la costumbre de la monarquía francesa en Inglaterra.
[3] Los reyes de Castilla durante la Edad Media realizaban exorcismos haciendo la señal de la cruz e invocando a Dios para liberar a los endemoniados (término muy genérico, en el que se incluían muy distintas enfermedades actualmente diagnosticadas como mentales o incluso somáticas).
[7] Los sucesores de Enrique I no consideraron el toque real como algo fundamental en sus atributos, reduciendo su aplicación.
En el reverso de la medalla se representaba un barco, y en el anverso al arcángel san Miguel derrotando a un dragón.
[10] El ritual establecido por Enrique VII para el toque real no se modificó excepto en raras ocasiones, con cambios menores: Isabel hacía la señal de la cruz sobre la cabeza del enfermo, mientras que su aprensivo sucesor, Jacobo I de Inglaterra (r. 1603–1625), se limitaba a realizar gestos sobre el absceso, sin tocarlo realmente.
[2] El ritual se ejecutaba habitulmente entre la fiesta de San Miguel Arcángel (Michaelmas) y la Pascua, cuando el tiempo frío prevenía el contagio por contacto con un sujeto infectado.
[2] Eduardo I tocaba anualmente a más de mil enfermos (1,736), pero no lo hacía durante sus frecuentes campañas militares en el exterior.
[6] Enrique VII tocaba sólo a siete u ocho enfermos al año, y hubo periodos de varios años en que no ejecutó ningún toque real.
El protestante Eduardo VI (r. 1547–1553) no parece que realizara el ritual, pero la católica María I (r. 1553–1558) se tomó más seriamente esa función.
[2] Al comienzo de su reinado, la protestante Isabel I era reacia a celebrar un ritual de cuya eficacia probablemente dudaba; pero reanudó la práctica en 1570, tras su excomunión por el Papa, para demostrar que no había perdido ningún poder, ni siquiera el curativo.
[2] El estricto protestante Jacobo I deseaba acabar con la práctica, pero no tuvo más remedio que ejercerla sobre un creciente número de enfermos.
Carlos I (r. 1625–1649) emitió varios edictos para contener la creciente demanda pública de curaciones.
Jorge I (r. 1714–1727) no continuó la práctica, pero los jacobitas mantuvieron hasta finales del siglo XVIII que la capacidad de realizarlo pertenecía al pretendiente exiliado Jacobo II.
[10] Los enfermos viajaban desde lugares tan lejanos como España e Italia para ser tocados por el rey de Francia.
Decidió utilizar la capacidad curativa atribuida a sus antecesores para confirmar la legitimidad de su reinado.
Se realizaron toques reales en numerosas ciudades del reino, al menos cuatro veces por año: en Pascua, en Pentecostés, en Todos los Santos y en Navidad.
[2] MÍNGUEZ CORNELLES, Víctor (2012), Los emperadores taumaturgos: curaciones prodigiosas desde Trajano a Napoleón”, Potestas: Religión, poder y monarquía.