Tomás Muñoz Lucena

Ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Rafael Romero Barros, para posteriormente y becado por la Diputación cordobesa marcha a Madrid en esta ciudad continuó su aprendizaje con Federico Madrazo, donde su madurez artística se va gestando, continua su carrera en Roma ya que consigue una beca.En 1884 envía su obra "Ofelia" que causa admiración pero no es premiada, ya que el género histórico sigue siendo el preferido de los Jurados, y los pintores conscientes de ello, sometían sus liberales energías a esta temática.Esta es la época más fecunda del artista, estimulado por el conocimiento oficial de su valía, sigue pintando sin desánimo.La influencia de su maestro Romero Barros está presente en la época granadina, que se caracteriza por la gruesa pincelada y la luminosidad.En esta época comienza a colaborar en la revista Blanco y Negro, formando parte del grupo de ilustradores que marcaron un camino en las artes gráficas de primeros del siglo XX; Méndez Bringa, Xaudaró, Emilio Sala, Lozano Sidro, Díaz Huertas, Medina Vera.asombra a los lectores esa chica asomada a la torre de la Catedral, igualmente sucede con "Flores de Balcón" y "En los cármenes granadinos", estas cuatro ilustraciones fueron las magníficas muestras que aparecieron en la afamada revista.En este artista se funden estos elementos unidos a la palpitación luminosa, que daría carácter a toda una generación francesa y que en Muñoz Lucena se transforma en auténtico protagonista de toda su obra: la luz.Pero si bien todo ello es verdad también lo es sólo a medias, faltando para completar el análisis el planteamiento de los "regímenes culturales" que le ha dado a su poética sentido y razón de ser.Entre 1874 y 1880 transcurren los años que se puede significar como "etapa de formación cordobesa" del pintor.Sin embargo, es este también un periodo en que se están produciendo importantes cambios en el debate de la cultura artística española.Esta nueva corriente apostaría esencialmente por un naturalismo alejado del ideal que desplazaría poco a poco al anterior contenidismo intrínseco a la cultura postromántica y que volverá sus miras hacia la ciudad y la región.Como la mayoría de los "pintores académicos" contemporáneos: desdeñando las intromisiones del renovador extranjerismo modernista -Prerafaelistas – Impresionistas, Repentistas, Idealistas, Manieristas y Puntillistas- como D. Francisco Aznar García, desde la Academia de San Fernando y en 1899 había preconizado en un furibundo discurso titulado "El triste desconcierto en que aparece el arte al finalizar la actual centuria".Así por ejemplo los titulados "Huerto de El Escorial" (1892), "Paseo del Retiro" (1898), "Un mercader en Avila" (1899), etc.Muy al contrario, siempre se mantuvo en una línea de sencillez, fidelidad realista al tema elegido -fuese este real o no- y entrega total a una pintura que cobraba su sello genuino por medio de su peculiar pincelada.No en balde aquella Escuela Especial tenía un profesorado excepcional: Rafael Romero Barros, su fundador y director, que desempeñaba la cátedra de dibujo de figura y nociones anatómicas y pictóricas -por lo que fue el profesor más decisivo en la formación de Muñoz Lucena- José Saló, Narciso Sentenach, Julio Degayon, José Muñoz Contreras, etc.Tomás Muñoz Lucena asimiló de su maestro estos conceptos y regresó a Córdoba.Como herencia del Neoclacisismo, en cuanto a la forma, y del Romanticismo en cuanto al "sentido" dado a esta forma, en la España de aquellos años la "pintura de historia" era el arte oficial por excelencia.Y lo que era peor, la argumentación indispensable para concurrir con posibilidades de éxito a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, que eran el único cauce para alcanzar notoriedad en el panorama del arte.En la Europa de aquellos años habían hecho su aparición dos corrientes que contribuían al desarrollo intelectual y artístico, incidiendo en España como es lógico.Una de estas corrientes era la del Eclecticismo -que tenía como norma conciliar lo clásico y lo romántico- y otra el Naturalismo, que constituía la manera concreta con que el artista reflejaba la naturaleza, tomando de ella los aspectos más afines a su ideología.Muñoz Lucena regresa a España en 1881, después de haber ampliado sus conocimientos en la Ciudad Eterna.Un cuadro magnífico en el que Muñoz Lucena volcó toda su gran sabiduría pictórica, de hondo patetismo y alarde compositivo.Con este reconocimiento oficial el prestigio de Tomás Muñoz Lucena aumenta considerablemente.Ortega Munilla tenía razón en todo salvo en lo que los pintores no encontraron inspiración en la vida contemporánea.Hacía falta mucho valor para salirse de los cauces establecidos y romper con el círculo vicioso.Con la llegada del nuevo siglo, el ya famoso pintor cordobés reafirmaría su prestigio.Esta solución no agradó a Muñoz Lucena, sobre todo al ver que una de las primeras medallas "efectivas" recaía en López Mezquita, quien, dentro de la nueva moda que se había impuesto, la "pintura social", había presentado un cuadro oportunista: "Los presos".Obras tan definitivas como las tituladas "La niña del Generalife", "Vaquera Granadina", "Una esclava", "Evocación" y un muy largo etcétera, puesto que muy prolífico fue el gran pintor cordobés.Vivió y trabajó en Granada hasta el año 1924, en que pasó, por permuta, a Sevilla, donde, salvo para atender sus tareas docentes, no sale de su casa.Afanado en pintar con ardores juveniles más temas populares, paisajes imaginados y también retratos, faceta esta última en la que también fue gran maestro.
Muñoz y Lucena en 1906
Padre de Tomas Muñoz Lucena . (1878).
Plegaria en las ermitas de Córdoba, Lienzo de Tomás Muñoz Lucena
Ilustración de Muñoz Lucena para Blanco y Negro (mayo de 1898)