Corinto había fundado Siracusa hacía cuatrocientos años y era, por tanto, su metrópoli o ciudad-madre.
La desgana de la clase dirigente encontró un cierto alivio cuando una voz desconocida[4] nominó al olvidado Timoleón, durante la asamblea popular, para liderar el apoyo solicitado.
Las fortificaciones de la isla estaban ocupadas aún por el anterior tirano Dionisio II y sus mercenarios.
Todo ello provocó admiración entre los corintios por los éxitos militares conseguidos con fuerzas tan reducidas y un nuevo envío de refuerzos.
Como resultado, los cartagineses abandonaran a este último, quien estaba siendo asediado en Leontinos y tuvo que rendirse.
Timoleón, por su parte, marchó hacia el oeste con un grupo heterogéneo de unos 12 000 hombres —la mayoría, mercenarios—.
Cerca de Selinunte sorprendió a los cartagineses y obtuvo una victoria decisiva junto al río Crimiso.
El pesado armamento de las tropas selectas cartaginesas les impedía maniobrar con facilidad y levantarse ágilmente cuando eran derribados.
Las restantes tropas se retrayeron y desordenaron al ver las dificultades de los «sagrados».
No obstante, Cartago realizó un último esfuerzo enviando nuevos mercenarios (griegos esta vez) para prolongar el conflicto entre Timoleón y los tiranos.
Los enfrentamientos terminaron en 338 a. C. con la derrota definitiva de Hicetas, quien fue entregado prisionero por sus propias tropas y condenado a muerte.
Había restaurado la paz social, no solo en Siracusa sino en toda la Sicilia griega.
No tenía vivienda ni propiedades allí, algo a lo que suplieron inmediatamente los nuevos poderes, votando los ciudadanos la concesión, como premio a sus servicios, de una espléndida casa en la ciudad y de unas fincas rústicas suficientes para su mantenimiento.
En ellas se instaló, mandado hacer venir desde Corinto a su mujer y demás familiares.
[12] Aunque Timoleón se retiró de la vida pública, no por ello disminuyó su autoridad sino que más bien aumentó.