Robert Simpson en su libro Carl Nielsen Symphonist (1952) observó cómo “se aventuró con éxito en casi todos los géneros musicales; fue un escritor vocal por temperamento, y como profundo conocedor del carácter humano, combinado con una correcta evaluación de las situaciones dramáticas, hizo que sus obras fueran más efectivas”[2].
Esta elección no debe considerarse como un retorno al modernismo de la Quinta Sinfonía que tanto escándalo había causado; por el contrario Nielsen revela indiscutiblemente en su actividad musical una clara disponibilidad hacia el futuro, particularmente en el campo sinfónico donde se pueden captar anticipaciones y referencias a un complejo clima europeo que desde el impresionismo lleva a Arthur Honegger, en algunos aspectos se alinea con Ralph Vaughan Williams, incluso anticipando a Shostakóvich.
Para esclarecer las intenciones del autor al componer la Sexta Sinfonía, valen más que nada las palabras del propio Nielsen, quien afirmó haberla escrito "con la misma alegría sencilla por el sonido puro que tenían los antiguos compositores a cappella"; toda insinuación a una referencia extramusical, como en el caso de la Cuarta Sinfonía, da paso aquí al omnipotente principio de la sencillez[4].
En una carta a su hija Anne Marie, Nielsen quiso aclarar: "En mi nueva sinfonía escribí un movimiento lleno de contrastes para los pequeños instrumentos de percusión -el triángulo, el carillón y el tambor militar- que se pelean entre sí conservando su propios gustos y preferencias.
Al igual que el primero, este movimiento también termina en silencio, con las últimas notas del triángulo, el tambor y el glockenspiel.
Sin embargo, la “propuesta seria” no parece sustentarse de manera convincente, pues se produce un retorno al tema del inicio que sugeriría la idea de un replanteamiento, mientras la música adquiere un tono cada vez más apagado.