Haydn escribió la obra a instancias del violinista y empresario Johann Peter Salomon, que había sido decisivo para llevar al maestro a Londres y que también tocó la parte del violín en el estreno.
Tuvo gran éxito, y Haydn debió interpretarla varias veces tanto en ese viaje como en su segunda estancia en Londres en 1794.
[4] La partitura está escrita para oboe, fagot, violín y violonchelo solistas junto con una orquesta formada por:[5] En cuanto a la participación del clavecín como bajo continuo en las sinfonías de Haydn existen diversas opiniones entre los estudiosos: James Webster se sitúa en contra;[6] Hartmut Haenchen a favor;[7] Jamie James en su artículo para The New York Times presenta diferentes posiciones por parte de Roy Goodman, Christopher Hogwood, H. C. Robbins Landon y James Webster.
No obstante, existen grabaciones con clavecín en el bajo continuo realizadas por: Trevor Pinnock (Sturm und Drang Symphonies, Archiv, 1989-1990); Nikolaus Harnoncourt (n.º 6–8, Das Alte Werk, 1990); Sigiswald Kuijken (incluidas las Sinfonías de París y Londres; Virgin, 1988-1995); Roy Goodman (Ej.
Se abre con un Allegro bastante relajado cuyas dimensiones, quizá para acomodar a cuatro solistas, superan las del movimiento clásico habitual de sonata-allegro.
El tema principal es un animado pensamiento dividido en dos mitades; la primera asciende expectante, mientras que la segunda desciende serpenteante, chispeante con algunos ornamentos sencillos.
El tutti se completa finalmente con una decisiva cadencia de tónica, momento en el que comienzan las verdaderas narraciones solistas.
Sólo una vez, en la mitad del movimiento, los cuatro solistas abandonan la orquesta y le conceden un breve interludio.
Este pasaje sorprendente acaba por regresar al movimiento propiamente dicho, que prosigue de manera ligera y humorística, haciendo participar a los solistas en una virtuosa pirotecnia.
Sin embargo, el siglo XX trajo consigo un renovado interés por la obra, sobre todo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.