En 1856 viajó a Montevideo, donde trabajó como picador de toros, profesión que también le condujo hasta Brasil.
Según cuenta Demófilo, un Silverio de incógnito fue reconocido por la concurrencia gitana al comenzar a cantar por seguirillas.
Además, consiguió sacar al arte flamenco de su humilde entorno social original y llevarlo a foros distintos.
Puente entre dos tiempos de ese arte, es Silverio quien amplia y sistematiza su futuro, conexionando el fecundo cuanto oscuro periodo arcaico, cuyos últimos tiempos vivió, con una nueva época en la que hacen posibles su disfrute, el conocimiento de sus formas y su acrecentamiento».
Con estas palabras, Quiñones hace referencia al papel desempeñado por Silverio en la transición entre el oscuro y poco documentado pasado del arte flamenco y la llamada «edad de oro» del flamenco, donde este empieza a ser considerado un arte «mayor».