El devenir de Occidente durante la primera parte del siglo fue conducido por Constantino el Grande, que fue el primer emperador romano en convertirse al cristianismo.
Se destacó por restablecer una sola capital imperial, eligiendo el emplazamiento de la antigua Bizancio en el año 330 (desechando las capitales contemporáneas, que habían sido establecidas por las reformas de Diocleciano en Milán para el Oeste, y Nicomedia para el este) para construir la nueva capital, pronto llamada Nova Roma (Nueva Roma); más tarde fue renombrada Constantinopla en su honor.
El siglo anterior había terminado con un imperio gobernado por 4 augustos, pero en el año 305 dos de ellos, Diocleciano y Maximiano, renuncian.
Pero todos estos emperadores y los otros en este siglo IV, han de vérselas no solo con problemas internos, sino con grandes guerras en las fronteras presionadas por Godos.
El emperador siguiente, Teodosio, pasa a la historia por unas decisiones que cambiarán la cultura occidental: el año 380 prohíbe el arrianismo y en el 391 declara que la religión oficial del imperio será el cristianismo católico y se prohíben todos los otros cultos “paganos”.
Algunos mártires y hombres ilustres empezarán a ser declarados beatos o bien santos: el proceso de beatificación es correspondiente a la divinización en época romana, como Rómulo, un hijo del emperador Majencio cuyo templo del 309 d. C. está en el Foro Romano.
Rómulo murió muy joven afectando gravemente al padre, quien perdería la gran batalla ante Constantino poco tiempo después.