Gustavo Madero sabía con quien trataba: un abogado que no destacaba por ganar todos los casos, era un mal administrador y no estaba comprometido con ninguna causa, pero si se trataba de establecer los contactos para organizar una revolución latinoamericana, Hopkins era el hombre, siempre y cuando aceptaran su precio.
El tortuoso y cruel martirio de Gustavo A. Madero quien fue entre humillaciones molido a golpes, su único ojo sacado y finalmente asesinado, hizo que Hopkins amigo de Gustavo, lo tomara personal.
Después de apoyar a Francisco Villa, Hopkins adoptó una identidad secreta escondiéndose con seudónimos y escribiendo con mensajes cifrados para evitar el ya organizado servicio secreto del gobierno bajo Obregón.
Su gran amigo José Vasconselos, quien estuvo a cargo del servicio de inteligencia mexicano, comentaba del que con frecuencia viajaba a Guatemala o a Honduras, donde se había creado clientela, y a fuerza de hacer y deshacer desde Washington rebeliones y conspiraciones centroamericanas, se había hecho perito en el oficio de manejar la propaganda periodística.
En los años veinte Hopkins dejó los asuntos latinoamericanos para ejercer el oficio que bien conocía como agente de un grupo subversivo en Georgia y Azerbaiyán, que buscaban su independencia de la Unión Soviética.