Estaba dirigida al adoctrinamiento militar de los jóvenes antes de hacer el servicio militar obligatorio y su fin último era, según el historiador Eduardo González Calleja, «militarizar a la sociedad civil» creando un «nuevo ciudadano» que se rigiera por los valores militares.
[1] Tuvo una vigencia reducida ya que muchos ayuntamientos no proporcionaron los locales, los campos de tiro y los gimnasios donde debían realizar sus actividades a las órdenes de los instructores militares, un comandante y un sargento, los jóvenes varones comprendidos entre los 19 y los 21 años de edad -el periodo inmediatamente anterior al cumplimiento del servicio militar obligatorio, al que debían servir de preparación.
Pero esta movilización estuvo muy lejos de adoptar los rituales de masas del fascismo porque en ella siempre estuvieron presentes las instituciones tradicionales como la Iglesia y el Ejército y se exaltaron los valores tradicionales, fundamentalmente los religiosos, aunque no estuvo ausente cierta "obsesión semitotalitaria", como la califica Eduardo González Calleja, "por la creación de un hombre nuevo, laborioso, de vida intachable, caballeroso y sano, como la que el régimen pretendió forjar a través de la pedagogía desplegada en el cuartel, la iglesia o la escuela, o con su programa de educación cívica y premilitar".
[2] Según este mismo historiador, "no cabe desdeñar el influjo que este conato de movilización patriótica ejerció sobre los rituales nacionalistas que, con aroma de incienso y cuartel, elaboró la dictadura franquista menos de una década después".
La Comisión estaba presidida por el general Agustín de Luque y Coca, presidente a su vez del Tiro Nacional, institución que tenía experiencia en el campo de la educación premilitar.