La sericultura se ha convertido en una importante industria casera en países como Brasil, China, Francia, India, Italia, Japón, Corea y Rusia.
Hoy, China e India son los dos principales productores, con más del 60% de la producción mundial anual.
[1] La crianza se realizaba en las aldeas y abastecía a las familias primero, siendo el excedente para intercambios con otras comunidades, sobre todo del interior.
Hacia el año 2900 a. C. se aprecia un cambio en la sociedad que empieza a evaluar el trabajo de la sericicultura como un arte y una actividad agroindustrial muy provechosa.
Será la emperatriz Sihing-Chi la que alrededor del año 2600 a. C. fomentará entre la nobleza china el arte de cultivar e hilar la seda, empezando a destacar la obtención de distintas variedades según calidad.
Esta difusión entre la aristocracia restringió la fabricación artesanal en las aldeas, al elevarse la sericicultura a un arte sagrado en donde se limitaba quienes podían realizarlo.
Hacia el año 600 a. C. los japoneses y persas ya conocían el arte de la seda.
Textiles en seda se conocieron entre el siglo II a. C. y el I a. C. que no tenían manufactura persa, china o hindú.
Sin embargo, la gran producción mundial y la calidad se concentraba todavía en China.
Ésta es una versión discutible pues hacía tiempo que ya no era un gran secreto.
Serán los españoles los que trasladen a América la industria de la seda, con excelentes resultados.
Sin embargo las medidas proteccionistas españolas y portuguesas evitaron su extensión hasta épocas más recientes, cuando los distintos países colonizados alcanzaron su independencia.
Tras la cuarta muda, el gusano confecciona el capullo o crisálida con seda que expulsa por un orificio situado en el labio inferior.
[12] Los gusanos de seda son muy sensibles al entorno y a las dolencias intestinales; no les gusta el sol directo, ni el aire viciado o con humo de tabaco, ni la suciedad y las heces acumuladas.