Su poder era prácticamente ilimitado, siendo el margen de cinco años el único freno o "control" a su mando, aunque de todas maneras, este podía ser renovado (como así fue en su momento).
Sin embargo no contaba que César nombraría como sucesor suyo a su sobrino nieto Octaviano.
Los dos acordaron que junto con Lépido, se enfrentarían al partido senatorial y le impondrían sus decisiones.
Marco Antonio, el hasta el momento indiscutible líder, se apoderó de las ricas provincias del Oriente, mientras que a Octaviano le tocó la endeudada Italia y las provincias de Occidente.
En el año 36 a. C. Octavio le quitó las provincias africanas a Lépido y lo apartó de la vida política.
De esta manera Octavio pasó a llamarse Augusto y se convirtió en el primer emperador romano.