Siempre mostró una gran devoción por los libros y el estudio, pero tanto la mentalidad de la época, como la paupérrima situación de su familia, lo obligaron, desde muy joven, a trabajar en el campo para ayudarla.
A pesar de que entre Baler y Manila apenas había 275 kilómetros, las comunicaciones por tierra eran prácticamente inexistentes: el barco era el medio habitual para la recepción de mercancías y noticias.
Los españoles se refugiaron en la iglesia del pueblo por ser el edificio más sólido y defendible en caso de prolongarse la situación que, finalmente, duró 337 días, hasta junio de 1899.
Se abrió una colecta pública para regalarle un sable como recuerdo de su pueblo.
Asimismo, se colocaron dos lápidas en honor del que fue héroe de Baler: una en su casa natal y otra en el salón de actos del Ayuntamiento.