El municipio cuenta con una población de 1.687 habitantes, según el censo del año 2001 (INDEC).
Además, cabe destacar que el nombre también hace honor a lo católico, impuesto por los jesuitas.
Encontraron en gran cantidad las piedras “itacurú” que se hallaban en el río y en arroyos.
Entonces, las extrajeron y con ellas formaron bloques, los cuales una vez fuera del agua, secos, no podían ser tallados.
Además en la construcción se utilizó la piedra asperón y las maderas duras de la zona (urunday, lapacho, guayubira, anchico).
Cuando llegaron otros Jesuitas para elevar a los que ya estaban en el pueblo trajeron consigo la viruela y la fiebre amarilla, pestes a las cuales los europeos eran inmunes pero los aborígenes la sufrieron en gran manera con cientos de muertes.
Por estas condiciones nunca lograron construir una nueva iglesia y el salón de taller funcionó como capilla provisoria.
Estas faltas sucedieron porque las personas pensaban que dentro de ella había oro.
Los primeros colonos del lugar remodelaron su cara con cartón y cemento para dar su forma nuevamente.
Años después, el militar vendió sus tierras a quienes fueron los primeros habitantes, la familia de Don Fermín Díaz, quienes se radicaron en generaciones que permanecen hasta el día de hoy y trabajan en este lugar.