En el siglo IX era el único libro litúrgico que podía pertenecer a un laico y se presentaba en manuscritos iluminados.
Esta peculiaridad se dilató hasta el siglo XIV con la aparición de los libros de horas.
Se solían hacer recitaciones diarias del salterio aparte de la misa.
Durante la Edad Media, los monjes y sacerdotes debían aprendérselo de memoria.
En general estaban asociados con otros elementos religiosos como un calendario litúrgico o las letanías de los santos.