Fueron alumnos suyos Lucrecia Sarria y Armando Villanueva, así como otros cantantes que llegarían a la Scala de Milán como Alejandro Granda, Luis Alva y Ernesto Palacio.
Aunque no descuidó la música pura centró su actividad creadora en el aprovechamiento de ritmos, melodías y motivos folclóricos.
Gracias a ella se pudo conservar piezas musicales populares en pentagramas y con las letras transcritas.
El hecho de que en 1962 fuera llamada “Reliquia viva del folclor” termina por ser un justo reconocimiento a una labor sostenida durante varias décadas.
Promovió muchos espectáculos donde se revivía el encanto y el colorido de los pregones limeños y otras semblanzas criollas, como las que reunió en “Embrujo limeño” o “Los antiguos pregones de Lima”, dos de sus puestas en escena más famosas y celebradas.